martes, mayo 31

Día 11 – Una canción de mi grupo favorito.

A Juan Pablo lo conocí en la escuela. Cursaba tercero de primaria, algo así. Me causó impresión siempre porque tenía la cara, la mitad derecha, llena de cicatrices. Dijo una vez que había sido luchando con una serpiente, otra que fue algún atracador que le pegó porque no se quería dejar robar. Conforme crecía cambiaba la historia adaptándola más a la realidad. Ya en bachillerato le dijo a un grupo grande de gente que había sido por un perro, que cuando pequeño le mordió la cara y su papá tuvo que sacrificar al animal y él quedó con esa marca que iba de los labios a la altura de la ceja derecha. No entiendo bien como pudo ser eso, pero es la versión que más me satisfizo.

Con Juan Pablo estuve casi toda mi vida en el colegio, en la escuela. Cursamos ocho de los once años en los mismos colegios, y siete de ellos en el mismo curso. Llegué a conocerlo de tanto verlo. Él me caía bien. Me parecía divertido, vago, chistoso, extrovertido, muchas cosas que a la larga yo no podría ser. En once, el último año, armamos un combo. Él aceptaba gente en su grupo porque se sabía líder de la manada y podía hacer o decir cualquier cosa con todos detrás que lo respaldáramos. Ahí estabamos: desde chiquitos identificándonos con ídolos de barro.

Salíamos a tomar con Víctor y Francisco por la tarde. Muchas veces nos escapábamos para jugar billar, cosa que nunca aprendí, o simplemente para dar vueltas por ahí. Otras íbamos donde Juan Pablo, a tomar el whisky de su papá y a escuchar discos que eran ya viejos. Se nos volvió costumbre. Nos quedábamos en su casa, con ellos, simplemente a quitarnos el peso de estar en un curso muy jarto y creernos adultos, algo que todavía me queda grande asumir. Ponía salsa, sonaba la Fania una y otra vez, y ninguno se cansaba de las mismas canciones y de escucharlo a él tocar la trompeta. Cuando desafinaba decía que eso se lo perdonaban a Willie Colón, el peor trompetista del mundo pero al que mejor le sonaba. A mi me gustaba mucho esa música, era tan rara pero a al vez tan distinta de las mismas canciones que ponían mis hermanos o lo que bailaban por ahí mis propios compañeros, como si Gitana fuera apenas la punta de un Iceberg que nadie conocía salvo nosotros de mano de Juan Pablo, un gran explorador, un guía experto que nos pegó el gusto por lo que experimentamos en esa oportunidad. Al punto que nos grababa casetes con canciones sin ningún orden cronológico, sino que él los hacía para cada uno, todos bien distinto del otro, y a veces llevabamos una cámara de video y nos filmabamos cantando y diciendo estupideces.

Luego ponía en su vhs un documental que narraba como si él lo hubiera filmado, casi apropiándose de lo que contaban allí. No lo hacía porque se lo sabía de memoria sino porque lo vivía siempre con pasión. Tenía los LP de Willie Colón y Hector Lavoe, el divino Jetol como yo le puse un día y lo llamamos así durante mucho tiempo. Nunca llevamos mujeres, no se sabe bien por qué. Creo que era porque Juan Pablo no era un éxito con ellas y porque nosotros, todos, eramos unos idiotas.

Hasta entonces la única influencia musical para mi había sido la de mis hermanos mayores: el rock en español de los ochentas con sus representantes que ya se conocen. Dejé de escuchar eso para darle paso a la salsa, y quise lucir enfermo y conocer tanto como Juan Pablo simplemente porque no sabía bailar. De hecho, ninguno de los cuatro podía hacerlo bien, pero él se excusaba haciendo reír: "bailar lo hace todo el mundo, pero hacerle el amor a Celia cruz, eso solamente puedo hacerlo yo".

Lamentablemente luego de un tiempo el combo se desarmó. Así como mi interés en escuchar más de ese tipo de música. Conozco lo que aprendí entonces, que no era demasiado. No nos perdimos en las drogas ni nada de eso, sino que pasó lo de siempre: un curso más que termina y los compañeros de turno se van, y listo. La vida tendía a enderezar el camino de alguna manera u otra, no había tanta facilidad para andar únidos así fuera por pura apariencia, así fuera con lo ajeno que puede ser buscar qué está haciendo una persona al otro lado del mundo simplemente por pura curiosidad mediando siempre con el movimiento de un cursor y no un interés de verdad como lo hablaban los tíos de uno al decir "qué es de tu vida" cada que se encontraban con algún conocido.

Terminó el colegio. No supe nada más de ellos. Escuchaba cds de la Fania que mi hermano compraba solo porque estaban baratos, y a veces me acordaba de esas tardes completas tratando de sacar algun provecho, algún dato de lo que él tanto hablaba, pero nada de eso se me había quedado tanto como algunas canciones.

Unos años después volvió a mi casa, considerablemente más gordo (él, que era tan delgado como Ismael Miranda), con un acento costeño (él, que siempre imitó a los caleños no se sabe bien por qué) y con la firme intención de revivir tiempos que había sido mejor dejar atrás. Francisco se nos perdió, Víctor estuvo ahí y completamos con otros de los fantásticos perdedores que permanecíamos juntos en el colegio y ya nada era como antes. En medio del licor, y una que otra risa por confesiones de aventuras con alguna mujer que nadie sabía quien era (es decir, todas inventadas) le fui cogiendo fastidio a eso, a verme con gente con la que lo mejor eran los recuerdos. Fue la última vez que los vi y que me interesé por ellos.

Pero y con todo, con el cansancio y con el evidente malestar entre nosotros mismos por querer repetir esos grandes momentos, cuando sonó El Cantante todos callamos, Juan Pablo sonrió y dijo "el divino Jetol" mirándome al tiempo que hacía que tocaba una trompeta invisible mientras Víctor se notaba comprensiblemente incómodo con todo eso.



Propiamente no es mi grupo favorito. O tal vez sí, pero no hablo de la Fania.

lunes, mayo 30

Día 10 - Una canción con la que pueda caer dormido.

Es que no quiero hacer lo fácil: no quiero poner acá la canción que me parece pésima, o que no me gusta nada para luego salir con que es tan mala que me duermo porque, primero, es arrogante (y ya es bastante con que usted tenga que venir aquí a leerme) y, segundo, es de quinta, como diría la gente bien. Entonces salgamos de esto con otra vaina.

Le advierto, es algo muy cursi.

Hubo una época en la que difícilmente podía conciliar el sueño. Pasaba las noches en vela hablando o moqueando o viendo películas o algo así. No era todos los días, pero era algo desesperante no poder acostarme y cerrar los ojos, y dormir. Pensé medicarme, o tomar leche tibia o valeriana o tantas cosas que le pueden decir a uno cuando habla de eso. Recuerdo que alguien me recomendó agua de apio, pero todo el mundo sabe que eso sirve es para adelgazar. A veces me recomendaban cosas que no me daban ganas de hacer, no por lo asquerosas o lo pesadas, sino porque no, así de sencillo.

Una vez alguien simplemente llegó y me dijo que escuchara una canción, que técnicamente no es una canción de un grupo que viene en un disco o que puede salirse de las reglas del juego este de las 30 canciones, no, es otra cosa.

Es esto


A mi me pareció ridículo todo el acto de escuchar eso que en mi niñez conocí por pura curiosidad, pero ahí estaba yo con los audífonos pensando en si en verdad sería posible.

Luego llegó una voz por ahí que repitió exactamente lo que dice esa canción, y por alguna estúpida razón pude volver a dormir.

jueves, mayo 26

Día 09 – Una canción con la que pueda bailar.

Difícil. Yo no sé bailar. He topado con gente en la vida que me ha tenido la paciencia suficiente para querer enseñarme o el cariño para que no le importe. Desde pequeño siempre le he huido a algunos ritmos, siempre me fijaba como en algunas películas la gente bailaba de una manera que no tenía ninguna ciencia: balancearse de aquí para allá, moviendo las manos y agitando la cabeza, y con los pies parándose en puntas como si estuviera en una de esas máquinas que la gente compra porque les aseguran que van a bajar de peso. Eso, ese movimiento cansino y hasta de mal gusto para mi era bailar, y lo era porque me parecía sencillo.

Recuerdo que una vez intentaron enseñarme a bailar champeta. Sí, éste cuerpo decadente tratando de moverse a ese tipo de música. Siempre se puede decir que es posible pero sin ropa, o algo así. Esa noche le saqué la piedra a alguien, cosa que cogí de costumbre y no solamente por no saber bailar. Escuché El Gato Volador unas veinte veces, y me terminó gustando.

En una fiesta, recién salido del colegio, a ritmo de Eddy Herrera una desconocida aguantó la cantidad de pisotones que le di, los rodillazos que le metí, porque sintió compasión de mi al ver que duraba sentado toda la noche con mi corbata y chaleco y un trago de no se qué en la mano. Creo que le pegué a ella más veces de las que he pegado jugando fútbol, que a pesar de lo que usted pueda pensar son muchas. Ella simplemente sonrió porque sabía que se había acabado de ganar el cielo.

No me gusta la rumba, pero es más que todo por envidia. En la universidad salía siempre a los bares estos donde sonaba mucho "rock" (que no era tanto porque eran siempre las mismas canciones) y entonces uno gritaba un verso de la canción y cumplía. Todos felices socializando y haciendo muecas desesperadas tratando de comunicarse con el otro gracias al volumen de la música (que nunca era el deseado) y uno asintiendo con la cabeza solo para que el otro supiera que sí, que uno lo estaba escuchando. Muchas noches me la pasé así, huyendo de fiestas y demás para no hacer el ridículo, y me iba bien, me disfrazaba de amargado y ya, la gente no se metía conmigo y no jodía la vida. No me invitaban a nada pero se sorprendían cuando me les pegaba a algo, pensaban que mi presencia significaba que tal evento era muy importante.

El ridículo vino después.

Parecía algo sin importancia, y pensaba que moverme al son que me tocaran sin saber cómo hacerlo era algo gravísimo, pero mire que no lo es tanto. La otra noche mientras yo hacía mi usual mala cara una mujer, divina ella, se me acercó bailando para que yo me moviera, y no lo hice. No fue por pena sino por pura intimidación. Ella, que no tiene ni idea que la estoy nombrando, se movía de una manera que no se me va a olvidar. Lo primero que pensé era que parecía un castillo de naipes, el vaivén de su cuerpo y la rapidez de sus piernas y yo sin poder hacer nada más que mirarla, que sin importar si hacía algo o no eso se iba a caer, todo, y se iba a desbaratar. Claro, como era obvio le saqué la piedra porque pensó que yo era un amargado pero no es cierto, no lo soy. No tanto. Más que eso soy un impedido a la hora de moverme, pero luego de esa vez lo intenté un par de veces y aunque no me gustaría verme en videos o en fotos me pareció algo muy sencillo siempre y cuando uno deje tantos prejuicios. Y no me parece que hacerlo sea ridículo, pero si dejar de hacerlo por puras pendejadas.

Hay un libro llamado "Los Tipos Duros No Bailan", el cual en un párrafo que me sabía de memoria decía que los hombres poderosos no tenían necesidad de bailar con sus mujeres. Pura mierda.

Pero bueno, esto no se trata de eso sino de la canción con la que podría bailar, que no es una sino muchas. Voy a dejar una que aparte de gustarme bastante me da una curiosidad tan grande, porque es uno peleando con esas ganas de salir a "azotar baldosa" mientras la letra dice que una niña llora, y que llora a toda hora.


No solo dice eso, sino que uno sufre por esa gitana y esa gitana por otro llora.

martes, mayo 24

Día 08 – Una canción de la cual me sepa toda la letra.

Colegio. Estudiaba en la tarde. Hace mucho, mucho tiempo. Ella (siempre menciono a viejas acá, ya debería estar acostumbrado a que sea así) se llamaba Sandra Marcela Algo. El apellido se me olvidó. Era hermosa. (Piel canela). Tenía un cuerpo que todas envidiaban, sonreía para conseguir cualquier cosa: una nota, una salida, una tarea, y siempre obtenía lo que quería casi sin esforzarse. Su vida era más o menos sencilla y de paso ligero, sin preocupaciones, o eso pensaba. A mi no me tenía que sonreír para lograr nada (igual no había qué ofrecerle), no nos hablabamos más allá de lo necesario, cada uno entendiendo la lógica que había detrás de todo el asunto: niña linda es popular y consigue lo que quiere; chico tímido y vago socializa con los nerdos y los resentidos. Excepto por una vez.

Esa tarde era una de tantas en las que había paro de maestros. No teníamos clase, pero nos hacían ir para ayudar a nuestros padres al tenernos internos en otro lado, o algo así. Ella salió del salón y se recostó en la baranda que había ahí, en el tercer piso. Se quedó quieta, muda. (Su cabello castaño cayendo suavemente  por sus hombros).Yo iba para el baño, por eso la vi. Al volver seguía de la misma manera, casi como en un trance pero con una cara que no le había visto nunca. (Sus ojos totalmente apagados. No eran claros, no necesitaban serlo). Pensé en las muchas causas de su comportamiento, de que estuviera ahí como paralizada, pero nunca en lo que pasaba realmente. Uno a esa edad supone mucho pero no conoce nada.  En el salón todos corriendo, gritando, montándosela a Caina por ese apellido (ya no recuerdo qué le decían al pobre, pero todos los días nos reíamos no tanto de él sino de su padre) y nosotros afuera. Extrañamente nadie estaba en ese lugar donde se sentía tan sola. Me le acerqué. Le pregunté si estaba bien. Me respondió sin ganas, una sonrisa que apenas le cambiaba el semblante por como movió los labios. La miré, no pude quitarle los ojos de encima. Fue raro, no era verla con deseo, ni pasión, ni las ganas de levantármela sino de saber qué le pasaba. Me preguntó si alguna vez había intentado matarme. No pude responder. Ella miraba hacia el piso de la planta baja, añorándolo, en un gesto que pude comprender tiempo más tarde.

-¿Sabes cuales pastas pueden quitar el dolor?
-No sé. No acostumbro a tomar nada de eso.
-Nunca te ha dolido nada, entonces.
-No es eso. No sé.
-Intenté quitarme el dolor con cuarenta pastas, pero sigue ahí.

La intención de ella era clara. Yo era muy joven, no entendía nada. Aparte de la muerte de mi abuela un par de años antes y de la violencia que aparecía siempre en los noticieros y en los consejos desesperados de mi madre había aceptado la muerte como algo lejano que no nos tocaría a mi familia ni a mi al haberse llevado a algún pariente cercano, como si esa cuota de carne fuera suficiente para dejarnos tranquilos, como si la muerte fuera algo que ya habíamos negociado.

Desde ese día Sandra y yo hablábamos, a solas, de cosas sin sentido, de cosas que yo no había pensado nunca pero que a ella le salían tan natural, como si todo se tratara de asuntos tan importantes, pero en sí eran las conversaciones nuestras sobre tonterías las que ganaban protagonismo al alejarnos de todo lo que nos rodeaba. Nunca me explicó por qué quiso matarse, ni de dónde venía ese dolor que fue cediendo con el paso del tiempo, y tampoco nos preguntábamos cosas comprometedoras. Todo salía improvisado, nuestros temores, nuestros gustos, dos muchachos confesando cosas y experiencias que lo eran todo pero que viéndolo ahora en este instante no era nada a lo que yo pensaba que iba a venir después. Nunca hablamos del futuro ni nada parecido.

Muchas veces, por su parte, habían silencios incómodos que fueron desapareciendo. En su lugar llegaron sonrisas y algunos chismes de sus amigas, de sus primas, que luego entendí eran sus anécdotas. No quería sentir pena por eso, y mentía. A mi no me importaba. Algunas veces nos sentábamos en las escaleras del último piso, en un rincón, para sonreír por cosas sin sentido. Era hermosa. (Su cara al reír, los dientes asomándose blancos en medio de su rostro, de sus labios, sus ojos brillando por algo que podíamos llamar felicidad). Me daban muchas ganas de estar con ella a cada rato, menos en clase. Teníamos una intimidad algo rara que no todos podían descifrar en nuestras miradas. Con el paso de los días, de las semanas, nuestros compañeros fueron aceptando, e inventando, una relación que no supimos definir ni consumar. Me causaba placer su presencia, su belleza, su voz y sus manos cuando tocaban las mías. Un placer distinto que nunca pude relacionar con sexo. Durante la época, siendo un adolescente lleno de acné y bien pajizo jamás la vi de esa manera. Las cosas la vida las va enseñando en desorden: durante muchas noches antes de conocerla me causaba alivio por mi propia mano, por las tardes ella lo hacía simplemente hablando.

A Sandra la vi como una mujer sexy en un paseo, en el colegio. Unas pocas muchachas llevaron cámaras y se querían tomar fotos en vestido de baño para la posteridad (algo que no se ve ahora: las fotos son retrato de la inmediatez, como si no fuéramos a envejecer nunca). Cuando llegó su turno se quedaban calladas y no querían posar con ella. Se sentían feas, gordas, quizás hasta idiotas a su lado, con el cuerpo que no era el de una niña. (senos firmes, pequeños; cadera ancha; piernas gruesas; trasero parado). Los hombres la comenzaron a mirar de otro modo. Yo también. Desde entonces supe que escondía en su uniforme, y me preocupaba enormemente porque no sabía que podía ver en mi. Afortunadamente sus sonrisas más sinceras todavía eran mías.

Recuerdo que para ese año hicieron muchos "bingos bailables", fiestas pendejas en las que queríamos ir al colegio a hacer cosas que nos estaban prohibidas. Casi como cuando uno de niño se quedaba solo en casa para hacer travesuras: estar en el colegio sin supervisión ni una autoridad tan fuerte, simplemente ahí, jugando a tener vida social. En uno de esos primeros eventos escuchamos una canción, a ella le gustó inmediatamente. Yo sabía cual era, y era cierto, y cuando sonrío y me preguntó si entendía que decía le dije que un poco, pero que iba a averiguar para irsela contando. Fue así como grabé la canción en un casete esperando durante horas en una emisora a que la pasaran; me sentaba juicioso, pegado frente a la tele cuando ponían ese video anotando en una hoja las palabras que faltaban; preguntaba con amigos y profesores las cosas que no entendía y las palabras que confundía. Llegué a aprendermela de memoria sin ningún esfuerzo. Un par de meses después, sentados en el rincón lejano que era nuestro yo llevaba el casete y ella el walkman y escuchábamos. Yo recitaba en español la letra, ella simplemente me miraba sin decir nada pero regalándome esas muecas que seguro a nadie más le iba a mostrar con esa inocencia. Yo fui su Ricardito Miserable, y me gustó mucho ese rol.

Luego le enseñé la letra en inglés. Una vez cantamos juntos, tropezando, sin lograr hilar dos frases completas seriamente, siempre con una risa complice o simplemente callando mientras pasaba el tiempo.

Sí, así fue: disfrutando del silencio.


lunes, mayo 23

Día 07 - Una canción que me recuerde un evento.

Lunes. Gran día. Charla frente a los directivos de una tienda de cadena sobre un catálogo virtual para proveedores. Nervios. El nudo de la corbata aprentando más que de costumbre. El nudo con dientes, perforando la garganta, se va metiendo la tela dentro de la piel, se hace bola, se hincha todo, paso saliva para nada, pues no cede. Sí: se usa corbata a diario para recalcar la importancia del trabajo, de la empresa: usted es nuestro embajador, me dijeron, y entonces todo comenzó a complicarse un poco. Era una corbata de color azul claro, la primera vez que me la ponía. Quería lucir elegante. Sentía más inseguridad que de costumbre, no estaba (ni estoy) acostumbrado a ese tipo de cosas.

Unas semanas atrás era simplemente un digitador cumpliendo un horario, un trabajo, una función y luego el escalar dentro de la empresa. Se prestaba para eso el lugar, pero había un punto donde no se podía subir más, entonces prescindían del que fuera y el que venía abajo lo reemplazaba: ya estaba aprendiendo como hacer las cosas. Sin saberlo todos nos entrenamos para cedernos el puesto de una manera natural, fraternal, sin problemas ni roces. Así sucedió con el que estaba antes, así va a pasarme a mi, pensaba mientras la gente trataba de organizarse, terminaba de llegar. Faltaban unos minutos, y las manos llenas de sudor, la incertidumbre de como comenzar a hablar, a decir las cosas, de explicar que íbamos a hacer allá, los beneficios, un parlamento estudiado y memorizado antes bajo supervisión de mi jefe, algo que no me convencía pero allí estaba aterrándome más de la cuenta.

Gloria, una señora a la que todo el mundo le tenía miedo por su carácter y el grosor de sus cejas, me avisó que debíamos comenzar, que ya estaba todo listo. Me sentí como presentándome en primaria luego de llegar nuevo a un lugar que no conocía. Era demasiada responsabilidad: representar a mi empresa era mucho más difícil que simplemente decir mi nombre y que me vieran a diario para saber quién era o qué hacía. Soy un mal embajador, un mal representante, como voy a vender la imagen de cientos de personas si yo mismo no puedo dejar de pensar en que lo podía hacer mal, repetía mentalmente a la vez que timbraba el celular. Contesto. Suena al fondo esta canción, casi imperceptible.


Luego la letra en una voz conocida y  en un japones bastante atropellado. Quedé en silencio. Traté de calmarme pero levantaba la mirada para todos lados y todo se ponía en cámara lenta. Todo se iba a la mierda, de a pocos.

domingo, mayo 22

Día 06 – Una canción que me recuerde un lugar.


Cuando uno no ha salido del país (y muy poco de la ciudad, para ser sincero) es difícil ubicar una canción para un lugar. Hay muchas, claro. Bueno, ésta me recuerda al estadio Nemesio Camacho, "El Campín". En agosto se cumplirán 10 años de eso, creo. Para esa oportunidad fui no a apoyar a nadie. O tal vez sí, para apoyarme a mi: se quedaron Millonarios y América con un tanto cada uno. Partido aburrido, como suelen ser los empates a un gol.
Acompañé a Ana María, una amiga que me gustaba. Ella era extrovertida, inteligente, grosera y tetona. Ya cuando una mujer es tetona no se puede decir mucho más, porque pareciera que todo lo otro pierde importancia: Ana María era tetona. Seguramente todavía lo es. Vive ahorita en Italia, con su novio. Para ese entonces tenía una fijación bastante torpe con ella, con sus dientes torcidos, con sus cachetes descomunales, con su cabello que no tenía un color definido (y a la larga tampoco tenía un color natural, o nadie lo recordaba). Terminé yendo con ella porque ese domingo me llamó para que la acompañara. Sin dudarlo le dije que sí.

En esos tiempos me pasaban muchas cosas. Ahorita parece que solo me pasan las mismas.

Dejé mi carrera en Gran Turismo 3 (un endurance de tres horas) sin terminar y cumplí la cita. Llevé mi radio, como siempre. Llegué tarde, como siempre. Ella era una hincha furibunda del América de Cali (ya no: gracias a ese día luego de un par de años dejó de serlo, por pura inercia y creo que yo tengo mucho que ver ahí: nunca me sentí tan culpable de mis retrasos).

Cuando la conocí llevaba en una hoja de cálculo infinidad de referencias de goles a favor, en contra, goleadores, minuto jugado por jugador, tarjetas rojas, amarillas, semanas de inactividad de los lesionados. Siempre que almorzabamos yo debía contener mis palabras cuando pasaban a la sección deportiva del noticiero para que ella anotara cosas frenéticamente en una agenda pequeña que llevaba a todas partes. Al terminar esa sección nosotros continuabamos la conversación como si nada, como si la pausa no hubiera existido. Casi, pero casi, como en un video juego.

Ese día ella conoció a Miguel Ángel, una criatura de un metro sesenta y poquito de estatura, hincha de Millonarios, que terminó jodiéndole la vida: ayudó a quitarle el fanatismo a la rumba, al fútbol y otras cosas más que le gustaban. Hasta las tetas se le cayeron. La historia cuenta que él le hizo la charla después de seguirla un rato porque Ana María era, y es, tetona, y gracias a mi era una tetona desesperada esperando a quién nada que aparecía. Cuando llegué me saludó efusivamente como diciendo "sáqueme de aquí" y eso hice, pero el enano se nos pegó. Mucho más a ella que a mi. Tanto que el fastidio le duró poco y se fueron a vivir juntos un par de meses después.

Una vez dentro del estadio ella comenzó con sus cánticos, saltando, gritando y moviendo los brazos. Estaba ahí, pero la realidad era que se había vuelto una más con la hinchada. Supe que eso iba a suceder, por eso me hundí los audífonos en el cráneo lo más que pude, y escuché cualquier cosa que pasaran en radio a esa hora. En un momento de compostura me cogió por detrás, me abrazó, justo luego de brincar como una niña pequeña. Fue ahí que sonó ésta canción:



Por la noche, al llegar a casa, me doy cuenta que salí en televisión nacional en el noticiero de las nueve abrazado por una vieja con tetas grandes que había ido a ver un partido de fútbol, esas cosas que no le gustan a las mujeres.

Ahora que lo pienso puede que esa canción me recuerde otra cosa, no El Campín sino un lugar más pequeño que ese.

viernes, mayo 20

Día 5 - La canción que me recuerda a alguien.



Es una bruja. O eso parece. Si lo es, entonces resulta ser una bruja condenadamente sexy. Tiene varias armas que puede usar como nadie. Pelea contra ángeles. Tiene una voz algo rara, pero que combina con toda ella. Sus piernas, siempre forradas, irradian sexo. Su cuerpo es así. Su vestimenta está hecha de su cabello. En el clímax de la batalla puede usarlo para llamar seres sobrenaturales dejándola parcialmente desnuda, pero no indefensa. Mientras más fuerte sea la invocación más cabello va a utilizar, y uno trata de mirar esperanzado si hay algo que uno deje descubierto, cualquier cosa, que ella nos regale algo más, algo que no hemos visto, que imaginamos en detalle, porque somos así: por más que lo conozca uno de memoria intuir eso que esconde es lo que más nos gusta. (La hemos visto muchas veces, pulsando botones para que se termine desvistiendo para uno y, cuando lo hace, todo es mejor y así hasta que vuelva a tapar su cuerpo, que abre de nuevo el ciclo) porque nos tiene matados a todos. Y eso que anda semidesnuda, solo que no nos damos cuenta.

Por donde camina la hierba crece más. Se reverdece. Es como si la creación tuviera forma de mujer (bruja o ángel, ángel o bruja, o tal vez ninguna de las dos). Siempre hace lucir mejor el entorno. Ella es el adorno favorito de dios. O del diablo. Cada paso que da se nota a su alrededor, le da vida a lo que hay. Y cuando se va (porque se desaparece como una bruja [o un ángel]) se nota, y pesa su ausencia.


Yo creo que para ella sería difícil no hacerse notar. Es extravagante: como camina, como mira, sus ojos, sus lentes, sus labios. Las armas son lo de menos: lo más peligroso de una mujer es su lengua. Más si es bruja. Tiene mil facetas. Es divertida. Es orgullosa. Es una gran guerrera. Se la pasa rodeada de gente que no la va a alcanzar nunca, así crean lo contrario, pero no es porque lo haga a propósito, sino que eso le pasa. Tiene todos los dones de un ángel, tiene todas las maldiciones de una bruja. Tiene todo lo que se pueda buscar en una mortal, tiene todo lo que no va a encontrar uno en esta tierra.

Ay, Bayonetta.

jueves, mayo 19

Día 4 - Una canción que me ponga triste.

Una?
Ve, eso está como difícil. Podría nombrar varios grupos, miles de canciones que hagan eso, pero no. Me voy por ésta:


La misión es que cumpla la promesa, que me ponga triste, pero la versión que acabo de poner no lo logra. Ver a Damon Albarn dar palmadas, bailar, a Zeng Zheng (de quién no conozco absolutamente nada) hacer que ese instrumento suene de esa manera, que sonría tímidamente mientras reconocen su talento, que el público aplauda, vitoree, que siga a Albarn con los halagos para la banda, que griten, que demuestren tanta alegría, pues, con todo eso es muy jodido que uno se ponga triste.



La versión original es un tanto más melancólica, no me deja el vacío ese que pueden crear otras canciones, pero alcanza a desbaratar. No es una tristeza profunda ni nada de eso, sino una calma y una quietud tremenda que lo deja a uno ahí, de una pieza . Tropecé con ésta canción hace muy poco, apenas unos diez meses, mientras escuchaba discos y discos de Gorillaz, mientras repetía una y otra vez cada canción dependiendo de un estado de ánimo definido (para prolongar la sensación) hasta que di con ella y no supe bien que hacer. Entiendo que tal vez no debería ponerla aquí, pero me parece tan extraño lo que anoté ahí arriba, que con el elemento del público pueda pasar de un lado a otro sin problema.

Es eso. La canción que me pone triste pero al mismo tiempo me quita esa sensación.

miércoles, mayo 18

Día 3 - Una canción que me haga feliz


Mirror's Edge es un juego de video como pocos. Salió a finales del 2008, no a muchos les gustó, pero si recordó en muchos aspectos a Portal, un video juego único. Tal vez fue eso, tal vez la fama generada por Valve hizo que cualquier cosa que se saliera un poco de los estándares terminara comparándose con ellos y, obviamente, fuera visto como algo menor. Una de las mayores razones para eso fue que la canción principal en cada uno se llamara de la misma manera. El otro tema es bastante genial por muchas cosas, así que no la voy a poner acá, y no le voy a decir nada más al respecto. Me gustó mucho el juego. Le di palo, bastante, como a las cosas que a mi me gustan. Lo terminé una vez en PC, lo jugué otra para PS3. La banda sonora es compuesta por Solar Fields, quien se juntó con Lisa MisKovsky para crear este tema. Pero bueno, esa no es la canción que quería escoger.


Tiempo después salieron remixes, algo usual ahorita, y de todos esos me gustó el Teddybear's Mix, que aparece en una versión editada en el trailer que acabo de poner. Sí, le hace sentir a uno vainas. Still Alive produce una emoción bastante fuerte en el momento que aparece en el juego, justo antes de los créditos, cuando uno rescata a la princesa (ojo: todo siempre se trata de rescatar a la princesa, no se deje engañar) y se da cuenta que perdió parte de su vida saltando, trepando, corriendo, golpeando, y escuchando a Faith (una persona que claramente no existe) suspirar por su vida mientras la persiguen todo tipo de villanos, personas, helicópteros, hasta una suerte de ninjas, todo eso mientras uno sigue ahí sentado con la boca abierta y el culo hundido en una silla. Pero bueno, esto no es sobre la sensación de irrealidad que deja un juego (o un buen juego) sino de la canción que lo hace feliz a uno, y no es ninguna de esas dos. Pero están cerca.



Sophie Ellis Bextor es una cantante de no sé bien donde que mide aproximadamente tres metros, es cabezona, tiene cachetes gigantes y es blanca porque se le da la gana. Mientras no es divina ante el público o en un escenario, o durmiendo, o probablemente amamantando al hijo ese que ya debe estar grandecito le da por cantar cosas propias, o se junta con gente y saca maravillas como esa. No se me preocupe si en todo lo que voy a poner acá hablo de canciones de amor y todo eso porque es un tema en común, y a la larga si bien son clichesudas me gusta como suenan y las cosas que le despiertan a uno por ahí. Eso sucede con todas las canciones que puse hoy. Puede que no haya historia, o explicación, y todo esto es un invento mío para embaucarlo y hacerlo creer que sí hay algo importante pero no, no es así.

Ahí le dejo para que escuche, conozca, y raje si se le da la gana.

Todo eso por una canción que me hace feliz, y ya.

martes, mayo 17

Día 2 - La canción que menos me gusta.



No lo meto en el listado porque lo odie, ni nada de eso. Ni que me guste su música, o lo que sea: cada uno es libre de perder el tiempo como quiera, y de admirar al que le dé la gana.

El problema es una canción de 2002 que me ha seguido los pasos de una manera algo extraña. Una novia metalera (de esas de antes, las mechas largas y sueltas, con el cabello algo ondulado [que portaba ORGULLOSA, no como ahora que se peinan y planchan y todas esas maricadas], que sonreía por cualquier cosa, que cantaba vallenato con dos cervezas en la cabeza, que odiaba muchas cosas más por mantener esa identidad con sus amigos que por otra cosa, la que decía generalmente "ufff" una vez cada tres oraciones, que carcajeaba gagaga y no jajaja, de esas que metía marihuana a escondidas de la mamá, que se vestía toda de negro y que tenía siempre jeans [así fuera en forma de chaleco], que no sabía que el año dos mil había llegado ya: sí, una de esas) me terminó con una carta que en su último párrafo contenía la primera estrofa de la canción. A mi me dolió no por el detalle de terminar conmigo sino de usar esas palabras, como condenando su desatino.

Se llamaba Adriana, pero siempre le dije Rocío. Claro, hablo en pasado porque ya no la quiero, y eso duró solamente un semestre. Cuando íbamos a salir a vacaciones tuvimos problemas, mas que nada porque no se me daba la gana de salir con ella a acampar, a conciertos de cosas que no me gustaban, dónde su madre que odiaba a cualquiera que no cargara un crucifijo, cosas así. Los metaleros se hacían por antítesis, parece. También porque su casa quedaba lejos. Me daba pereza ir hasta allá y volver. Se cuadró conmigo en mi cumpleaños en frente a todo el mundo porque me regaló un beso. Seguro no sabía que más darme. Peleabamos entre clases y nos queríamos para hacer ejercicios, unos yo y otros ella. Todo iba bien, hasta que conocí a alguien que vivía más cerca. Y ahí fue.

Años después conocí a otra Adriana, una que hacía parte de RAC. A mi me da risa acordarme de eso. Era mi jefe en un lugar donde trabajé. A mi me gustaba otra pero me la pasaba más con ella. Conocí a su madre, a su hermana, su televisor y su inmunda colección de CDs. Cuando nos quedábamos solos ella ponía cualquier cosa y cantaba y yo esperaba a ver que pasaba. Nunca me dijo nada, pero me cantó muchas canciones y aprendí a odiar esa, la que puse hoy. "Habla del comportamiento típico de los hombres que aparentan siempre para aprovecharse de nosotras, que entregamos el corazón" dijo una vez. El Problema era que tenía razón: o yo que hacía allá. No me entregó su corazón pero me daba almuerzo, jugo, todo eso. Unas por otras.

Adriana terminó casándose con un tipo de RAC. Me mandó una invitación a mi correo en hotmail, por eso no le dí importancia.

La última vez que escuché esa canción iba acompañada de gemidos y gritos y algo que golpeaba en el piso. Seguro era Adriana pagándole una infidelidad a su esposo con esa canción, para que le doliera.

lunes, mayo 16

Día 1 - Mi canción favorita.



Por esa época (el dos mil, el dos mil uno) veía mucha más televisión de lo que debía. En un canal de música, no recuerdo cual, pasaban siempre especiales sobre grupos, o artistas, que estaban de moda en ese momento. O no en ese momento, sino unos años antes, ya que nada era tan inmediato como ahora, sobre todo en la tele: tocaba esperar que algo fuera lo suficientemente bueno o raro para que se mostrara en la pantalla. Siempre Manu Chao, siempre Blur, creo que pasaban de ahí pero no quería mirar otras cosas.

Cuando estaba en el colegio me empezó a llamar la atención Mano Negra, porque seguramente transmitía algo que yo podía canalizar bien, una sensación como de malestar permanente y de aislamiento que nadie mas podía sentir, una rabia contenida que no sirvió absolutamente para nada. No era un autista como tal, pero no me gustaba pertenecer a ninguno de los dos bandos que había entonces: los gomelos y los ñeros. De unos conservo el vocabulario y de los otros el recuerdo de una novia que quise mucho y un ojo morado porque no era mía. Para entonces mi mejor amigo me regaló una revista de Mano Negra que debo tener todavía en una carpeta en un cajón en algún lugar. Seguro que cuando busque algo con urgencia aparecerá sin problema y volveré a perder horas viendo esas fotos y leyendo una historia que ahora no recuerdo pero que seguramente me iré aprendiendo de memoria nuevamente.
Esa canción es una versión nueva de esta otra, que tanto me gustaba (entre muchísimas mas de Mano Negra, quizás mi grupo favorito) y que definía un poco mi personalidad


El tono cambia, claro, y no pasó mucho tiempo para que la canción que puse en la entrada de este blog me gustara mucho más. Quien sabe por que me dejó de interesar la versión original por la otra, que a lo mejor puede sonar peor.

No recuerdo haber consumido drogas en ese tiempo, solo que me gustaba el video. A lo mejor de ahí nació el gusto: me entró por los ojos y la melodía era pegajosa. Ahora que lo pienso no es gran cosa la canción, pero uno a veces termina en esa situación: le da importancia a cosas que a lo mejor no lo merecen.  De conocerla en estos tiempos la usaba de ringtone, y ya.

Creo que eso me empezó a definir después, ese tono melancólico y pausado. Envejecí antes de tiempo, al parecer.


Puta canción.