viernes, julio 8

Día 30 - La favorita de esta época el año pasado.

Como se puede ver no soy un experto en música. Ni siquiera escucho algo raro, o novedoso, quedé en lo de siempre. Lo que conozco, por pereza o descarte. Los mismos grupos siempre, salvo unas cuantas recomendaciones. Me da algo de miedo perder el tiempo con cosas desconocidas, se nota, y me aburre querer tratar de definir cómo suena algún estilo o algo así. Sencillo, o me llaman la atención o no. Listo, sin complicaciones. No me sé letras de canciones, nombres de cantantes salvo honrosas excepciones. Y mucho de eso depende del estado de ánimo, si se ha podido dar cuenta.

Tenía miedo de encontrar una canción realmente deprimente pero resulta que eso sucedió tiempo después.

Bueno.

La canción tiene dos historias, una que seguirá ahí donde la dejé, hace mucho tiempo, y esta otra que es la que quiero compartir. Sí, me gusta mucho. Si, la dediqué. Sí, la repito constantemente. Sí, todavía me impacta. La favorita del año pasado, la que me impactó, la que me gustó por muchas razones que voy a tratar de explicar. Tengame paciencia: ya es el último post.

Hace un año yo no era yo. Era otra persona. Una con problemas, con ganas de ser mejor, con su dilema moral como personaje de novela (ya no como un hombre cualquiera, eso es muy banal y me las quiero dar de romántico) y sus motivaciones bien claras. La vida era distinta, hace un año.

Para abril, mayo, junio, de 2010, lo que lleva de vida este blog, era John Marston. 


Si quiere véalo en pantalla completa. Yo lo espero

Fue una gran experiencia. Pude ser la mejor versión de él, que siempre era más sencillo que ser cualquier versión mía, pero poco a poco fuimos sincronizándonos hasta el punto de tener las mismas metas pero no por las mismas razones. Un buen hombre, al parecer, no puede serlo siempre; un buen hombre ha sido malo por lo menos una vez. Un buen hombre no es otra cosa que un hombre que vive arrepentido. Me quedó algo pegado del otro día: los buenos hombres no necesitan reglas, y dios sabe que yo no soy uno, aunque me empeñe. John tampoco. Pero lo intentó. John es un invento, no existe, pero yo le dí vida y disfruté haciéndolo. Creo que de eso se trata la ficción, siempre, de querer ser otra persona, de actuar en situaciones sin consecuencias de verdad porque la realidad nuestra es insoportable: lo único que queremos realmente es evadirnos si no en uno solo, en muchos sentidos. Y vaya si se pudo lograr con esto.

Para entender muchas cosas de las que quiero decir tendría usted que dejar tirado todo y alienarse un poco para comprender la magnitud de esa épica que es Red Dead Redemption. Eso o creerme. Se trata de un juego que, si bien contiene fallos técnicos, argumentales, y defectos como ningún otro se caracteriza por su belleza, por su sutileza, por su manejo fino de muchas cosas, entre esas un mundo absorbente del cual su mayor atractivo consistía en ser un mundo vivo, con sonidos naturales y paisajes artificiales que todos sabemos son creados para estar ahí, pero no importa, no importa porque meterse en la piel de ese personaje que es John Marston implica vivir en ese mundo y aceptarlo como es, y en eso los desarrolladores y todos los que trabajaron en el juego ayudan bastante. Luego de un par de horas cazando serpientes o animales de todos los tamaños, montando a caballo o simplemente completando misiones para seguir el argumento no hay escapatoria, nos quedamos allí sin entender por qué. Seguimos atrapados. Exploramos. Nos aventuramos. No es un lugar con mucho ruido, con muchas locaciones, nada que descresta por la saturación o una imitación de la vida actual sino por su simpleza, por su sencillez, porque es rico en detalles y no se vale de mucho para contar lo que quiere y hacernos experimentar lo que sentimos. El otro día, por ejemplo, encontré en medio del desierto dos personajes, la decisión estaba entre matarlos, escucharlos, robarlos o simplemente ignorarlos. Me acerqué. En el piso yacía el cuerpo de un hombre y a su lado una mujer que lloraba sentada. Simplemente observé, luego, como ella tomaba un revólver y se pegaba un tiro en la cabeza. Unos momentos después esculqué los cadáveres y encontré seis dólares, creo. La vida en el oeste es dura, no deja tiempo para el respeto. Ese pequeño hecho sirvió para indicar esa desesperanza que traía el nacimiento de una nueva era que iba dejando atrás lo que no servía: los forajidos, los débiles, los que no podían adaptarse. La línea entre lo correcto y lo que no prácticamente era inexistente, todos los personajes tenían un pecado que no se perdonarían nunca, pero vivían con ello porque era lo único que sabían hacer. Luego de interactuar con personajes secundarios y algunos que se escondían en cualquier parte comprendemos muchas cosas de Marston, de su historia y de la clase de persona que fue, que es, y así actuemos como se nos de la gana cuando lo tenemos bajo nuestro control terminamos perdonando que nuestros actos tan rebeldes no tengan mayores consecuencias ni sean consecuentes con su búsqueda. Somos unos caprichosos al principio pero luego nos rendimos y su causa es nuestra. Así de sencillo. Ese poder logra en nosotros: no somos adictos a disparar ni a cabalgar, nos convertimos en una parte de ese lugar. No controlamos a John, él es nuestro motor.

La banda sonora de este juego es algo descomunal. Pueden visitar este link, que ya habrán visto en otro lado, para saber quienes trabajaron en ella y cómo lo hicieron. Una explicación maravillosa que se queda corta con el resultado final. Es tan envolvente todo esto que aun estando en nuestro hogar sentimos melancolía por un lugar que acabamos de conocer escuchando una melodía que encaja perfectamente con todo: Luego de pasar el río para llegar a otro país buscando nuestro objetivo (un forajido que era compañero nuestro en una banda en tiempos pasados) y con las armas todavía calientes y humeantes por un violento recibimiento nos despedimos de nuestra compañía buscando en el horizonte como guiarnos para seguir avanzando, para terminar toda esta pesadilla y, de la nada, surge lo siguiente


En mi caso fue algo distinto: todo pasó mientras galopaba, de noche, en el frío desierto, y el sol salía a lo lejos.

En verdad, con el control en la mano y las luces apagadas, en mi habitación y dispuesto a seguir con la búsqueda suena la canción, del juego, ese compañero que tiene mucho de mudo, que suele acompañar todo con acordes incidentales ahora canta, y canta de una manera que lo arruga a uno por dentro y lo hace sentir lejos, ni aquí o allá sino extraño, ajeno.

Pero esa no es la verdadera razón de este post.

Llegando al final del juego, luego de atravesar un mapa enorme de punta a punta, metiéndose en problemas, probando alianzas nuevas, tratando de entender a la gente con la que creció, sintiendo pena por ellos y por si mismo, por verse de esa manera, de ser nuevamente todo lo que odia, lo que desprecia, lo que quiere dejar para siempre oculto; luego de conocer mucho de su familia sin verla, sin saber como lucen exactamente, de hacer todo lo que le dicen que haga para poder reunirse con ellos nuevamente sale el otro de tantos golpes (nunca el final, nunca el último que no se puede siquiera describir) viene esa jugada que puede parecer un chantaje: tenemos la oportunidad de conocerlos. La escena completa viene con más información de la que debería, así que dejo esto




Escúchela. Imagínese, luego de unas veinte, treinta horas, que ha logrado el objetivo y que podemos conocer de qué se trata, es más, nos dan la oportunidad de vagar nuevamente por cualquier lugar, por las montañas, el bosque, la ciudad más moderna que podemos ver, y uno está a punto de recorrer todo cuando suena esa canción, justo luego de todo lo vivido

And now I know the only compass that I need
Is the one leads back to you
And I know the only compass that I need
Is the one leads back to you

And the burning blisters on my feet will call
To hold me as I'm close to fall
Away from the home of your arms I stray
Off the radar and into harm's way

El control en la mano, el mundo a sus pies, a su disposición, una pequeña marca en la brújula, una simple letra: una A que representa a Abigail, un nombre que significa un hogar. Todo el tiempo de la vida, todo el mundo por explorar y uno se rinde y corre a conocerlos. Miento: a reencontralos. Uno se ha ganado ese derecho a pulso, no son solamente unos personajes, es mucho más que eso. 

La balada de John Marston, su lucha, su periplo por encontrar, de nuevo, a sus seres queridos. Nuestros seres queridos, narrada perfectamente en dos simples minutos que golpean en la barriga con la fuerza que pocas cosas tienen actualmente.

Resulta que la última gran película es un juego.

El último gran juego, el último gran western.






 Eso era todo. Gracias por leer.

miércoles, julio 6

Día 29 – Una de mi niñez.


Cuando estaba por allá en tercero de primaria, cuarto de primaria, tenía un gato. Sí, de mi época escolar lo que recuerdo con claridad era mi mascota. Se llamaba Yeto. Se escribe Jetto, me corrige internet. El nombre se lo puso mi hermano mayor en honor al amigo del Guerrero del Camino, esa serie que nos da pena recordar. Tenían la misma cara, la misma sonrisa. Jetto era blanco con una mancha negra que le cubría la mitad del cuerpo y parches amarillos. Uno en la frente. Jetto estaba loco, como todas las mascotas, así como todos los bebés son lindos. Dormía en la parte trasera de la nevera, dónde se encuentra el motor; se colgaba de las cortinas; comía moscas siempre frescas (las muertas por cualquier otra razón que no fueran sus garras quedaban por ahí, demostrando que le encantaba más la caza, la persecución que el resultado); le cantaba a la luz del baño y no le gustaba que tendiéramos la cama. Saltaba encima de las cobijas cada que lo hacíamos. Siempre en su pose de pelea. Su mayor enemigo era un sofá viejo. Entre sus excentricidades de gato también estaba morderme la cara para levantarme temprano por la mañana para ir a estudiar. Nunca se lo reproché por más que me rasguñara las mejillas y me dejara los dientes marcados en la nariz, y la ayuda era bienvenida porque me despertaba siempre a la hora que tocaba. Parecía siempre que el de la urgencia fuera él y no yo. Excepto una vez, claro, que me dio mucha pereza y entonces intentó rasguñarme el pelo, comérselo, le tomó bastante tiempo y se emputó así como se emputan los gatos hasta que se rindió y se quedó dormido encima mío. Esa mañana mis hermanos repitieron una canción hasta el cansancio, a todo volumen, y entre sueños me pareció eterna y tanto sonó que duré tarareandola varias semanas. Es, tal vez, la única canción de esa época que recuerdo completamente, de resto son todos coros, solos, gritos y retazos que acompañaron la infancia, una vaina sin forma y con tintes oscuros, como si se fuera llenando de polvo una esquina en mi cabeza o por tanto tiempo que ha pasado ya sin querer voltear a mirar atrás.
A Jetto se lo robaron. Un vecino lo admitió años después. Duró un par de meses con nosotros. Era la envidia del barrio, todos lo quería por su particular forma de ser. Nunca nadie se imaginó que llegó a nuestra casa en una caja de cartón grande, como si fuera un regalo, que lo era, y se desapareció sin dejar huella. En la familia todos teníamos hipótesis distintas: que lo envenenaron, que consiguió una gata y se fue detrás de ella, que nunca regresó a casa porque no le untamos de mantequilla los bigotes y las patas, lo que entonces derivó en un ritual algo tonto que involucraba muchos gatos que terminamos regalando y dedos grasosos y desesperados que obraban de esa manera para retener las futuras mascotas.
La canción, obviamente, tiempo después fue adquiriendo un sentido increíble en muchos episodios de la vida mía. Tal vez hoy en día sigue vigente. Sonó tantas veces que terminó proyectándose a lo largo de mi vida, a lo mejor es por eso que abuso repitiendo canciones diariamente, a ver si se cuela por ahí, si afecta de otra manera un posible futuro. Haciendo gárgaras con agua luego de un trago amargo, pues, pero en los oídos.



Mi mamá dijo el otro día que si nosotros estábamos ya viejos entonces cómo sería ella. Con ese comentario me acordé de Miguel Mateos, de la canción, del gato. La cabeza mía funciona de maneras sorprendentes, a veces, y en otras no tiene mucho sentido.

martes, julio 5

Día 28 – Una que me haga sentir culpable.

Procuro no escucharla. Principalmente porque alguien me la dedicó y a mi me pareció muy tierno: a mi siempre me parecen las cosas que no son. En esa oportunidad me estaba diciendo algo como “atrevido, guache, atarván” y cosas por el estilo pero yo estaba tan feliz que no pensé nada más. Me dedicaban una canción, a mi, merecedor de un par de cachetadas en la vida y ahora esto otro. Ni cuidado le puse a la letra, me limité a sonreír y, como es usual, a mi torpeza la siguió un intento de abrazo que dejó frío a más de uno, todos mirando y burlándose de la situación y del poco sentido común que tengo yo, a veces, pero no importaba, porque ella miraba con pucheros y hacía gestos y bufaba y eso me parecía un acto de apareamiento como los que veía en la televisión, como si fuéramos esos animalitos, como un perro dedicándole un aullido a la luna simplemente para descargarse los testículos en un acto tan sencillo y tan lejano al amor.


El cuento es que a pesar de mi mismo terminamos cuadrados con ella. Le contaba esa misma anécdota siempre cambiando algo, haciéndola más trágica porque yo era un héroe, o ella me miraba así y yo actuaba como tal, siempre enamorada de como decía las cosas y sin importar que yo hubiera actuado como un completo idiota. Una vez, entre muchas veces, tirados en un bar en un sitio muy lejano de acá, en otro tiempo todavía, estábamos los dos con unas cervezas en la mesa y otras más por ahí distribuidas en el cuerpo cuando comenzó a sonar y entonces ella la cantó, y yo la acompañé y me di cuenta de la brutalidad, del accidente ese de estar con ella cuando me había mandado decir con tres tipos todas esas cosas horribles que a la larga jamás le cumplí. Esa noche terminamos, fue algo más bien calmado y sin rencor: ella se quedó con la cuenta y yo con la canción.




Día 27 – Una que me gustaría tocar

Una de esas fantasias es, generalmente, no ser uno mismo o no estar en la posición en que se encuentra actualmente. Abandonarse, algo así. Eso pasa regularmente, es simple y puro inconformismo. Uno es todo lo que no es, ¿cierto?


Supuestamente Mark Webber no sabe, o no sabía, tocar ningún instrumento. Y menos cantar. Por algo en su actitud, en su físico fue escogido para representar a Stephen Stills y darle vida a los Sex Bob-Oms, junto con Allison Pill y Michael Cera, de los cuales solamente el último había tocado un instrumento anteriormente. Justamente el bajo. Los otros dos tuvieron que aprender a tocar, y no lo hacen mal.

Y esta canción no es tan complicada, como aparece aquí.

Es cuestión de ganas.