domingo, mayo 22

Día 06 – Una canción que me recuerde un lugar.


Cuando uno no ha salido del país (y muy poco de la ciudad, para ser sincero) es difícil ubicar una canción para un lugar. Hay muchas, claro. Bueno, ésta me recuerda al estadio Nemesio Camacho, "El Campín". En agosto se cumplirán 10 años de eso, creo. Para esa oportunidad fui no a apoyar a nadie. O tal vez sí, para apoyarme a mi: se quedaron Millonarios y América con un tanto cada uno. Partido aburrido, como suelen ser los empates a un gol.
Acompañé a Ana María, una amiga que me gustaba. Ella era extrovertida, inteligente, grosera y tetona. Ya cuando una mujer es tetona no se puede decir mucho más, porque pareciera que todo lo otro pierde importancia: Ana María era tetona. Seguramente todavía lo es. Vive ahorita en Italia, con su novio. Para ese entonces tenía una fijación bastante torpe con ella, con sus dientes torcidos, con sus cachetes descomunales, con su cabello que no tenía un color definido (y a la larga tampoco tenía un color natural, o nadie lo recordaba). Terminé yendo con ella porque ese domingo me llamó para que la acompañara. Sin dudarlo le dije que sí.

En esos tiempos me pasaban muchas cosas. Ahorita parece que solo me pasan las mismas.

Dejé mi carrera en Gran Turismo 3 (un endurance de tres horas) sin terminar y cumplí la cita. Llevé mi radio, como siempre. Llegué tarde, como siempre. Ella era una hincha furibunda del América de Cali (ya no: gracias a ese día luego de un par de años dejó de serlo, por pura inercia y creo que yo tengo mucho que ver ahí: nunca me sentí tan culpable de mis retrasos).

Cuando la conocí llevaba en una hoja de cálculo infinidad de referencias de goles a favor, en contra, goleadores, minuto jugado por jugador, tarjetas rojas, amarillas, semanas de inactividad de los lesionados. Siempre que almorzabamos yo debía contener mis palabras cuando pasaban a la sección deportiva del noticiero para que ella anotara cosas frenéticamente en una agenda pequeña que llevaba a todas partes. Al terminar esa sección nosotros continuabamos la conversación como si nada, como si la pausa no hubiera existido. Casi, pero casi, como en un video juego.

Ese día ella conoció a Miguel Ángel, una criatura de un metro sesenta y poquito de estatura, hincha de Millonarios, que terminó jodiéndole la vida: ayudó a quitarle el fanatismo a la rumba, al fútbol y otras cosas más que le gustaban. Hasta las tetas se le cayeron. La historia cuenta que él le hizo la charla después de seguirla un rato porque Ana María era, y es, tetona, y gracias a mi era una tetona desesperada esperando a quién nada que aparecía. Cuando llegué me saludó efusivamente como diciendo "sáqueme de aquí" y eso hice, pero el enano se nos pegó. Mucho más a ella que a mi. Tanto que el fastidio le duró poco y se fueron a vivir juntos un par de meses después.

Una vez dentro del estadio ella comenzó con sus cánticos, saltando, gritando y moviendo los brazos. Estaba ahí, pero la realidad era que se había vuelto una más con la hinchada. Supe que eso iba a suceder, por eso me hundí los audífonos en el cráneo lo más que pude, y escuché cualquier cosa que pasaran en radio a esa hora. En un momento de compostura me cogió por detrás, me abrazó, justo luego de brincar como una niña pequeña. Fue ahí que sonó ésta canción:



Por la noche, al llegar a casa, me doy cuenta que salí en televisión nacional en el noticiero de las nueve abrazado por una vieja con tetas grandes que había ido a ver un partido de fútbol, esas cosas que no le gustan a las mujeres.

Ahora que lo pienso puede que esa canción me recuerde otra cosa, no El Campín sino un lugar más pequeño que ese.

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