A Juan Pablo lo conocí en la escuela. Cursaba tercero de primaria, algo así. Me causó impresión siempre porque tenía la cara, la mitad derecha, llena de cicatrices. Dijo una vez que había sido luchando con una serpiente, otra que fue algún atracador que le pegó porque no se quería dejar robar. Conforme crecía cambiaba la historia adaptándola más a la realidad. Ya en bachillerato le dijo a un grupo grande de gente que había sido por un perro, que cuando pequeño le mordió la cara y su papá tuvo que sacrificar al animal y él quedó con esa marca que iba de los labios a la altura de la ceja derecha. No entiendo bien como pudo ser eso, pero es la versión que más me satisfizo.
Con Juan Pablo estuve casi toda mi vida en el colegio, en la escuela. Cursamos ocho de los once años en los mismos colegios, y siete de ellos en el mismo curso. Llegué a conocerlo de tanto verlo. Él me caía bien. Me parecía divertido, vago, chistoso, extrovertido, muchas cosas que a la larga yo no podría ser. En once, el último año, armamos un combo. Él aceptaba gente en su grupo porque se sabía líder de la manada y podía hacer o decir cualquier cosa con todos detrás que lo respaldáramos. Ahí estabamos: desde chiquitos identificándonos con ídolos de barro.
Salíamos a tomar con Víctor y Francisco por la tarde. Muchas veces nos escapábamos para jugar billar, cosa que nunca aprendí, o simplemente para dar vueltas por ahí. Otras íbamos donde Juan Pablo, a tomar el whisky de su papá y a escuchar discos que eran ya viejos. Se nos volvió costumbre. Nos quedábamos en su casa, con ellos, simplemente a quitarnos el peso de estar en un curso muy jarto y creernos adultos, algo que todavía me queda grande asumir. Ponía salsa, sonaba la Fania una y otra vez, y ninguno se cansaba de las mismas canciones y de escucharlo a él tocar la trompeta. Cuando desafinaba decía que eso se lo perdonaban a Willie Colón, el peor trompetista del mundo pero al que mejor le sonaba. A mi me gustaba mucho esa música, era tan rara pero a al vez tan distinta de las mismas canciones que ponían mis hermanos o lo que bailaban por ahí mis propios compañeros, como si Gitana fuera apenas la punta de un Iceberg que nadie conocía salvo nosotros de mano de Juan Pablo, un gran explorador, un guía experto que nos pegó el gusto por lo que experimentamos en esa oportunidad. Al punto que nos grababa casetes con canciones sin ningún orden cronológico, sino que él los hacía para cada uno, todos bien distinto del otro, y a veces llevabamos una cámara de video y nos filmabamos cantando y diciendo estupideces.
Luego ponía en su vhs un documental que narraba como si él lo hubiera filmado, casi apropiándose de lo que contaban allí. No lo hacía porque se lo sabía de memoria sino porque lo vivía siempre con pasión. Tenía los LP de Willie Colón y Hector Lavoe, el divino Jetol como yo le puse un día y lo llamamos así durante mucho tiempo. Nunca llevamos mujeres, no se sabe bien por qué. Creo que era porque Juan Pablo no era un éxito con ellas y porque nosotros, todos, eramos unos idiotas.
Hasta entonces la única influencia musical para mi había sido la de mis hermanos mayores: el rock en español de los ochentas con sus representantes que ya se conocen. Dejé de escuchar eso para darle paso a la salsa, y quise lucir enfermo y conocer tanto como Juan Pablo simplemente porque no sabía bailar. De hecho, ninguno de los cuatro podía hacerlo bien, pero él se excusaba haciendo reír: "bailar lo hace todo el mundo, pero hacerle el amor a Celia cruz, eso solamente puedo hacerlo yo".
Lamentablemente luego de un tiempo el combo se desarmó. Así como mi interés en escuchar más de ese tipo de música. Conozco lo que aprendí entonces, que no era demasiado. No nos perdimos en las drogas ni nada de eso, sino que pasó lo de siempre: un curso más que termina y los compañeros de turno se van, y listo. La vida tendía a enderezar el camino de alguna manera u otra, no había tanta facilidad para andar únidos así fuera por pura apariencia, así fuera con lo ajeno que puede ser buscar qué está haciendo una persona al otro lado del mundo simplemente por pura curiosidad mediando siempre con el movimiento de un cursor y no un interés de verdad como lo hablaban los tíos de uno al decir "qué es de tu vida" cada que se encontraban con algún conocido.
Terminó el colegio. No supe nada más de ellos. Escuchaba cds de la Fania que mi hermano compraba solo porque estaban baratos, y a veces me acordaba de esas tardes completas tratando de sacar algun provecho, algún dato de lo que él tanto hablaba, pero nada de eso se me había quedado tanto como algunas canciones.
Unos años después volvió a mi casa, considerablemente más gordo (él, que era tan delgado como Ismael Miranda), con un acento costeño (él, que siempre imitó a los caleños no se sabe bien por qué) y con la firme intención de revivir tiempos que había sido mejor dejar atrás. Francisco se nos perdió, Víctor estuvo ahí y completamos con otros de los fantásticos perdedores que permanecíamos juntos en el colegio y ya nada era como antes. En medio del licor, y una que otra risa por confesiones de aventuras con alguna mujer que nadie sabía quien era (es decir, todas inventadas) le fui cogiendo fastidio a eso, a verme con gente con la que lo mejor eran los recuerdos. Fue la última vez que los vi y que me interesé por ellos.
Pero y con todo, con el cansancio y con el evidente malestar entre nosotros mismos por querer repetir esos grandes momentos, cuando sonó El Cantante todos callamos, Juan Pablo sonrió y dijo "el divino Jetol" mirándome al tiempo que hacía que tocaba una trompeta invisible mientras Víctor se notaba comprensiblemente incómodo con todo eso.
Propiamente no es mi grupo favorito. O tal vez sí, pero no hablo de la Fania.
Excelentes las canciones del rey de la puntualidad. Me imagino lo difícil que fue escoger una como favorita.
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