Lunes. Gran día. Charla frente a los directivos de una tienda de cadena sobre un catálogo virtual para proveedores. Nervios. El nudo de la corbata aprentando más que de costumbre. El nudo con dientes, perforando la garganta, se va metiendo la tela dentro de la piel, se hace bola, se hincha todo, paso saliva para nada, pues no cede. Sí: se usa corbata a diario para recalcar la importancia del trabajo, de la empresa: usted es nuestro embajador, me dijeron, y entonces todo comenzó a complicarse un poco. Era una corbata de color azul claro, la primera vez que me la ponía. Quería lucir elegante. Sentía más inseguridad que de costumbre, no estaba (ni estoy) acostumbrado a ese tipo de cosas.
Unas semanas atrás era simplemente un digitador cumpliendo un horario, un trabajo, una función y luego el escalar dentro de la empresa. Se prestaba para eso el lugar, pero había un punto donde no se podía subir más, entonces prescindían del que fuera y el que venía abajo lo reemplazaba: ya estaba aprendiendo como hacer las cosas. Sin saberlo todos nos entrenamos para cedernos el puesto de una manera natural, fraternal, sin problemas ni roces. Así sucedió con el que estaba antes, así va a pasarme a mi, pensaba mientras la gente trataba de organizarse, terminaba de llegar. Faltaban unos minutos, y las manos llenas de sudor, la incertidumbre de como comenzar a hablar, a decir las cosas, de explicar que íbamos a hacer allá, los beneficios, un parlamento estudiado y memorizado antes bajo supervisión de mi jefe, algo que no me convencía pero allí estaba aterrándome más de la cuenta.
Gloria, una señora a la que todo el mundo le tenía miedo por su carácter y el grosor de sus cejas, me avisó que debíamos comenzar, que ya estaba todo listo. Me sentí como presentándome en primaria luego de llegar nuevo a un lugar que no conocía. Era demasiada responsabilidad: representar a mi empresa era mucho más difícil que simplemente decir mi nombre y que me vieran a diario para saber quién era o qué hacía. Soy un mal embajador, un mal representante, como voy a vender la imagen de cientos de personas si yo mismo no puedo dejar de pensar en que lo podía hacer mal, repetía mentalmente a la vez que timbraba el celular. Contesto. Suena al fondo esta canción, casi imperceptible.
Luego la letra en una voz conocida y en un japones bastante atropellado. Quedé en silencio. Traté de calmarme pero levantaba la mirada para todos lados y todo se ponía en cámara lenta. Todo se iba a la mierda, de a pocos.
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