Uno de los recuerdos más claros que tengo de mi niñez es verme parado sobre una mesa cantando Toda La Vida, de Emmanuel. Cerraba los ojos y hacía fuerza al hablar, movía las piernas y con las manos trataba de hacerme su copete. Cosa graciosa esa, tengo el recuerdo de hacer el ridículo pero no de como era mi peinado normal.
Conforme fui creciendo ya dejé de cantar música en español y me pasé al inglés en un balbuceo alucinante que solamente era apreciado por mi madre. Mis hermanos, fuertes criticos, nunca entendieron lo que yo decía pero ahora, toda una vida después, soy yo quien puede hablar el idioma mientras ellos me piden ayuda con traducciones. Pensándolo bien puede ser gracias a la música, quién lo creyera. Recuerdo cantar canciones de Michael Jackson y luego Queen. Siempre las más conocidas. Cuando aprendí el valor de la vergüenza dejé de cantar, al menos en público, pero me siguió sonando la idea de ser rockstar cuando grande. No sabía bien que tenía que hacer, así que ni me esforcé pero jugué a pretender ser uno, a ser como Freddy Mercury pero sin el pantalón blanco ni la dentadura gigante. Todo eso antes de cumplir diez años. Creo que es una de las cosas típicas de la niñez que puedo recordar con claridad: no quería ser un héroe, ni abogado, ni bombero sino cantante. Fue, tal vez, la única vez que supé con certeza qué hacer con mi vida.
Luego llegaron otros ídolos y todos con una guitarra en las manos o chicaneando su sensibilidad con un piano, tal cosa por aquí o por allá. Tengo un problema con eso: las ganas de aprender a tocar un instrumento murieron el mismo día que llené de saliva la flauta que tenía por ahí. Me prometí no volver a soplar una y maldije para siempre cualquier aparato que significara algo parecido. Si tuve algún talento para eso ya no podré saberlo. A lo mejor el mundo se ahorró una decepción o, por el otro lado, si entro en coma solo se va a enterar la familia y nadie más. La pereza mató, practicamente, cualquier sueño que pudiera tener desde pequeño. Pero se agradece, porque con la pinta que me gasto solo alcanzaría para artista indie o acordionista guapachoso. O ambos.
En estos días, ya adulto y toda la vaina, lo único que puede lograr mi interés por eso son los videojuegos. Pero ni así logro sacar un puntaje decente para Barracuda. Es solo que, a veces, me dan ganas de aprender a tocar la guitarra para desquitarme.
Pd: Otra de las cosas que dio la vida en compensación a mis conciertos fue saber que podía confundir fácilmente a Emmanuel con Emmanuelle, la protagonista de una saga de películas con su mismo nombre. Todas ellas muy bellas. Tenía un gran corazón, Emmanuelle, y lo vivía demostrando. Por lo menos no vivía de despechos como el cantante ese.
Yo amo a Fredy Mercury, qué pesar :(
ResponderEliminar