viernes, julio 8

Día 30 - La favorita de esta época el año pasado.

Como se puede ver no soy un experto en música. Ni siquiera escucho algo raro, o novedoso, quedé en lo de siempre. Lo que conozco, por pereza o descarte. Los mismos grupos siempre, salvo unas cuantas recomendaciones. Me da algo de miedo perder el tiempo con cosas desconocidas, se nota, y me aburre querer tratar de definir cómo suena algún estilo o algo así. Sencillo, o me llaman la atención o no. Listo, sin complicaciones. No me sé letras de canciones, nombres de cantantes salvo honrosas excepciones. Y mucho de eso depende del estado de ánimo, si se ha podido dar cuenta.

Tenía miedo de encontrar una canción realmente deprimente pero resulta que eso sucedió tiempo después.

Bueno.

La canción tiene dos historias, una que seguirá ahí donde la dejé, hace mucho tiempo, y esta otra que es la que quiero compartir. Sí, me gusta mucho. Si, la dediqué. Sí, la repito constantemente. Sí, todavía me impacta. La favorita del año pasado, la que me impactó, la que me gustó por muchas razones que voy a tratar de explicar. Tengame paciencia: ya es el último post.

Hace un año yo no era yo. Era otra persona. Una con problemas, con ganas de ser mejor, con su dilema moral como personaje de novela (ya no como un hombre cualquiera, eso es muy banal y me las quiero dar de romántico) y sus motivaciones bien claras. La vida era distinta, hace un año.

Para abril, mayo, junio, de 2010, lo que lleva de vida este blog, era John Marston. 


Si quiere véalo en pantalla completa. Yo lo espero

Fue una gran experiencia. Pude ser la mejor versión de él, que siempre era más sencillo que ser cualquier versión mía, pero poco a poco fuimos sincronizándonos hasta el punto de tener las mismas metas pero no por las mismas razones. Un buen hombre, al parecer, no puede serlo siempre; un buen hombre ha sido malo por lo menos una vez. Un buen hombre no es otra cosa que un hombre que vive arrepentido. Me quedó algo pegado del otro día: los buenos hombres no necesitan reglas, y dios sabe que yo no soy uno, aunque me empeñe. John tampoco. Pero lo intentó. John es un invento, no existe, pero yo le dí vida y disfruté haciéndolo. Creo que de eso se trata la ficción, siempre, de querer ser otra persona, de actuar en situaciones sin consecuencias de verdad porque la realidad nuestra es insoportable: lo único que queremos realmente es evadirnos si no en uno solo, en muchos sentidos. Y vaya si se pudo lograr con esto.

Para entender muchas cosas de las que quiero decir tendría usted que dejar tirado todo y alienarse un poco para comprender la magnitud de esa épica que es Red Dead Redemption. Eso o creerme. Se trata de un juego que, si bien contiene fallos técnicos, argumentales, y defectos como ningún otro se caracteriza por su belleza, por su sutileza, por su manejo fino de muchas cosas, entre esas un mundo absorbente del cual su mayor atractivo consistía en ser un mundo vivo, con sonidos naturales y paisajes artificiales que todos sabemos son creados para estar ahí, pero no importa, no importa porque meterse en la piel de ese personaje que es John Marston implica vivir en ese mundo y aceptarlo como es, y en eso los desarrolladores y todos los que trabajaron en el juego ayudan bastante. Luego de un par de horas cazando serpientes o animales de todos los tamaños, montando a caballo o simplemente completando misiones para seguir el argumento no hay escapatoria, nos quedamos allí sin entender por qué. Seguimos atrapados. Exploramos. Nos aventuramos. No es un lugar con mucho ruido, con muchas locaciones, nada que descresta por la saturación o una imitación de la vida actual sino por su simpleza, por su sencillez, porque es rico en detalles y no se vale de mucho para contar lo que quiere y hacernos experimentar lo que sentimos. El otro día, por ejemplo, encontré en medio del desierto dos personajes, la decisión estaba entre matarlos, escucharlos, robarlos o simplemente ignorarlos. Me acerqué. En el piso yacía el cuerpo de un hombre y a su lado una mujer que lloraba sentada. Simplemente observé, luego, como ella tomaba un revólver y se pegaba un tiro en la cabeza. Unos momentos después esculqué los cadáveres y encontré seis dólares, creo. La vida en el oeste es dura, no deja tiempo para el respeto. Ese pequeño hecho sirvió para indicar esa desesperanza que traía el nacimiento de una nueva era que iba dejando atrás lo que no servía: los forajidos, los débiles, los que no podían adaptarse. La línea entre lo correcto y lo que no prácticamente era inexistente, todos los personajes tenían un pecado que no se perdonarían nunca, pero vivían con ello porque era lo único que sabían hacer. Luego de interactuar con personajes secundarios y algunos que se escondían en cualquier parte comprendemos muchas cosas de Marston, de su historia y de la clase de persona que fue, que es, y así actuemos como se nos de la gana cuando lo tenemos bajo nuestro control terminamos perdonando que nuestros actos tan rebeldes no tengan mayores consecuencias ni sean consecuentes con su búsqueda. Somos unos caprichosos al principio pero luego nos rendimos y su causa es nuestra. Así de sencillo. Ese poder logra en nosotros: no somos adictos a disparar ni a cabalgar, nos convertimos en una parte de ese lugar. No controlamos a John, él es nuestro motor.

La banda sonora de este juego es algo descomunal. Pueden visitar este link, que ya habrán visto en otro lado, para saber quienes trabajaron en ella y cómo lo hicieron. Una explicación maravillosa que se queda corta con el resultado final. Es tan envolvente todo esto que aun estando en nuestro hogar sentimos melancolía por un lugar que acabamos de conocer escuchando una melodía que encaja perfectamente con todo: Luego de pasar el río para llegar a otro país buscando nuestro objetivo (un forajido que era compañero nuestro en una banda en tiempos pasados) y con las armas todavía calientes y humeantes por un violento recibimiento nos despedimos de nuestra compañía buscando en el horizonte como guiarnos para seguir avanzando, para terminar toda esta pesadilla y, de la nada, surge lo siguiente


En mi caso fue algo distinto: todo pasó mientras galopaba, de noche, en el frío desierto, y el sol salía a lo lejos.

En verdad, con el control en la mano y las luces apagadas, en mi habitación y dispuesto a seguir con la búsqueda suena la canción, del juego, ese compañero que tiene mucho de mudo, que suele acompañar todo con acordes incidentales ahora canta, y canta de una manera que lo arruga a uno por dentro y lo hace sentir lejos, ni aquí o allá sino extraño, ajeno.

Pero esa no es la verdadera razón de este post.

Llegando al final del juego, luego de atravesar un mapa enorme de punta a punta, metiéndose en problemas, probando alianzas nuevas, tratando de entender a la gente con la que creció, sintiendo pena por ellos y por si mismo, por verse de esa manera, de ser nuevamente todo lo que odia, lo que desprecia, lo que quiere dejar para siempre oculto; luego de conocer mucho de su familia sin verla, sin saber como lucen exactamente, de hacer todo lo que le dicen que haga para poder reunirse con ellos nuevamente sale el otro de tantos golpes (nunca el final, nunca el último que no se puede siquiera describir) viene esa jugada que puede parecer un chantaje: tenemos la oportunidad de conocerlos. La escena completa viene con más información de la que debería, así que dejo esto




Escúchela. Imagínese, luego de unas veinte, treinta horas, que ha logrado el objetivo y que podemos conocer de qué se trata, es más, nos dan la oportunidad de vagar nuevamente por cualquier lugar, por las montañas, el bosque, la ciudad más moderna que podemos ver, y uno está a punto de recorrer todo cuando suena esa canción, justo luego de todo lo vivido

And now I know the only compass that I need
Is the one leads back to you
And I know the only compass that I need
Is the one leads back to you

And the burning blisters on my feet will call
To hold me as I'm close to fall
Away from the home of your arms I stray
Off the radar and into harm's way

El control en la mano, el mundo a sus pies, a su disposición, una pequeña marca en la brújula, una simple letra: una A que representa a Abigail, un nombre que significa un hogar. Todo el tiempo de la vida, todo el mundo por explorar y uno se rinde y corre a conocerlos. Miento: a reencontralos. Uno se ha ganado ese derecho a pulso, no son solamente unos personajes, es mucho más que eso. 

La balada de John Marston, su lucha, su periplo por encontrar, de nuevo, a sus seres queridos. Nuestros seres queridos, narrada perfectamente en dos simples minutos que golpean en la barriga con la fuerza que pocas cosas tienen actualmente.

Resulta que la última gran película es un juego.

El último gran juego, el último gran western.






 Eso era todo. Gracias por leer.

miércoles, julio 6

Día 29 – Una de mi niñez.


Cuando estaba por allá en tercero de primaria, cuarto de primaria, tenía un gato. Sí, de mi época escolar lo que recuerdo con claridad era mi mascota. Se llamaba Yeto. Se escribe Jetto, me corrige internet. El nombre se lo puso mi hermano mayor en honor al amigo del Guerrero del Camino, esa serie que nos da pena recordar. Tenían la misma cara, la misma sonrisa. Jetto era blanco con una mancha negra que le cubría la mitad del cuerpo y parches amarillos. Uno en la frente. Jetto estaba loco, como todas las mascotas, así como todos los bebés son lindos. Dormía en la parte trasera de la nevera, dónde se encuentra el motor; se colgaba de las cortinas; comía moscas siempre frescas (las muertas por cualquier otra razón que no fueran sus garras quedaban por ahí, demostrando que le encantaba más la caza, la persecución que el resultado); le cantaba a la luz del baño y no le gustaba que tendiéramos la cama. Saltaba encima de las cobijas cada que lo hacíamos. Siempre en su pose de pelea. Su mayor enemigo era un sofá viejo. Entre sus excentricidades de gato también estaba morderme la cara para levantarme temprano por la mañana para ir a estudiar. Nunca se lo reproché por más que me rasguñara las mejillas y me dejara los dientes marcados en la nariz, y la ayuda era bienvenida porque me despertaba siempre a la hora que tocaba. Parecía siempre que el de la urgencia fuera él y no yo. Excepto una vez, claro, que me dio mucha pereza y entonces intentó rasguñarme el pelo, comérselo, le tomó bastante tiempo y se emputó así como se emputan los gatos hasta que se rindió y se quedó dormido encima mío. Esa mañana mis hermanos repitieron una canción hasta el cansancio, a todo volumen, y entre sueños me pareció eterna y tanto sonó que duré tarareandola varias semanas. Es, tal vez, la única canción de esa época que recuerdo completamente, de resto son todos coros, solos, gritos y retazos que acompañaron la infancia, una vaina sin forma y con tintes oscuros, como si se fuera llenando de polvo una esquina en mi cabeza o por tanto tiempo que ha pasado ya sin querer voltear a mirar atrás.
A Jetto se lo robaron. Un vecino lo admitió años después. Duró un par de meses con nosotros. Era la envidia del barrio, todos lo quería por su particular forma de ser. Nunca nadie se imaginó que llegó a nuestra casa en una caja de cartón grande, como si fuera un regalo, que lo era, y se desapareció sin dejar huella. En la familia todos teníamos hipótesis distintas: que lo envenenaron, que consiguió una gata y se fue detrás de ella, que nunca regresó a casa porque no le untamos de mantequilla los bigotes y las patas, lo que entonces derivó en un ritual algo tonto que involucraba muchos gatos que terminamos regalando y dedos grasosos y desesperados que obraban de esa manera para retener las futuras mascotas.
La canción, obviamente, tiempo después fue adquiriendo un sentido increíble en muchos episodios de la vida mía. Tal vez hoy en día sigue vigente. Sonó tantas veces que terminó proyectándose a lo largo de mi vida, a lo mejor es por eso que abuso repitiendo canciones diariamente, a ver si se cuela por ahí, si afecta de otra manera un posible futuro. Haciendo gárgaras con agua luego de un trago amargo, pues, pero en los oídos.



Mi mamá dijo el otro día que si nosotros estábamos ya viejos entonces cómo sería ella. Con ese comentario me acordé de Miguel Mateos, de la canción, del gato. La cabeza mía funciona de maneras sorprendentes, a veces, y en otras no tiene mucho sentido.

martes, julio 5

Día 28 – Una que me haga sentir culpable.

Procuro no escucharla. Principalmente porque alguien me la dedicó y a mi me pareció muy tierno: a mi siempre me parecen las cosas que no son. En esa oportunidad me estaba diciendo algo como “atrevido, guache, atarván” y cosas por el estilo pero yo estaba tan feliz que no pensé nada más. Me dedicaban una canción, a mi, merecedor de un par de cachetadas en la vida y ahora esto otro. Ni cuidado le puse a la letra, me limité a sonreír y, como es usual, a mi torpeza la siguió un intento de abrazo que dejó frío a más de uno, todos mirando y burlándose de la situación y del poco sentido común que tengo yo, a veces, pero no importaba, porque ella miraba con pucheros y hacía gestos y bufaba y eso me parecía un acto de apareamiento como los que veía en la televisión, como si fuéramos esos animalitos, como un perro dedicándole un aullido a la luna simplemente para descargarse los testículos en un acto tan sencillo y tan lejano al amor.


El cuento es que a pesar de mi mismo terminamos cuadrados con ella. Le contaba esa misma anécdota siempre cambiando algo, haciéndola más trágica porque yo era un héroe, o ella me miraba así y yo actuaba como tal, siempre enamorada de como decía las cosas y sin importar que yo hubiera actuado como un completo idiota. Una vez, entre muchas veces, tirados en un bar en un sitio muy lejano de acá, en otro tiempo todavía, estábamos los dos con unas cervezas en la mesa y otras más por ahí distribuidas en el cuerpo cuando comenzó a sonar y entonces ella la cantó, y yo la acompañé y me di cuenta de la brutalidad, del accidente ese de estar con ella cuando me había mandado decir con tres tipos todas esas cosas horribles que a la larga jamás le cumplí. Esa noche terminamos, fue algo más bien calmado y sin rencor: ella se quedó con la cuenta y yo con la canción.




Día 27 – Una que me gustaría tocar

Una de esas fantasias es, generalmente, no ser uno mismo o no estar en la posición en que se encuentra actualmente. Abandonarse, algo así. Eso pasa regularmente, es simple y puro inconformismo. Uno es todo lo que no es, ¿cierto?


Supuestamente Mark Webber no sabe, o no sabía, tocar ningún instrumento. Y menos cantar. Por algo en su actitud, en su físico fue escogido para representar a Stephen Stills y darle vida a los Sex Bob-Oms, junto con Allison Pill y Michael Cera, de los cuales solamente el último había tocado un instrumento anteriormente. Justamente el bajo. Los otros dos tuvieron que aprender a tocar, y no lo hacen mal.

Y esta canción no es tan complicada, como aparece aquí.

Es cuestión de ganas.

jueves, junio 23

Día 26 – Una que pueda tocar en un instrumento

Uno de los recuerdos más claros que tengo de mi niñez es verme parado sobre una mesa cantando Toda La Vida, de Emmanuel. Cerraba los ojos y hacía fuerza al hablar, movía las piernas y con las manos trataba de hacerme su copete. Cosa graciosa esa, tengo el recuerdo de hacer el ridículo pero no de como era mi peinado normal.

Conforme fui creciendo ya dejé de cantar música en español y me pasé al inglés en un balbuceo alucinante que solamente era apreciado por mi madre. Mis hermanos, fuertes criticos, nunca entendieron lo que yo decía pero ahora, toda una vida después, soy yo quien puede hablar el idioma mientras ellos me piden ayuda con traducciones. Pensándolo bien puede ser gracias a la música, quién lo creyera. Recuerdo cantar canciones de Michael Jackson y luego Queen. Siempre las más conocidas. Cuando aprendí el valor de la vergüenza dejé de cantar, al menos en público, pero me siguió sonando la idea de ser rockstar cuando grande. No sabía bien que tenía que hacer, así que ni me esforcé pero jugué a pretender ser uno, a ser como Freddy Mercury pero sin el pantalón blanco ni la dentadura gigante. Todo eso antes de cumplir diez años. Creo que es una de las cosas típicas de la niñez que puedo recordar con claridad: no quería ser un héroe, ni abogado, ni bombero sino cantante. Fue, tal vez, la única vez que supé con certeza qué hacer con mi vida.

Luego llegaron otros ídolos y todos con una guitarra en las manos o chicaneando su sensibilidad con un piano, tal cosa por aquí o por allá. Tengo un problema con eso: las ganas de aprender a tocar un instrumento murieron el mismo día que llené de saliva la flauta que tenía por ahí. Me prometí no volver a soplar una y maldije para siempre cualquier aparato que significara algo parecido. Si tuve algún talento para eso ya no podré saberlo. A lo mejor el mundo se ahorró una decepción o, por el otro lado, si entro en coma solo se va a enterar la familia y nadie más. La pereza mató, practicamente, cualquier sueño que pudiera tener desde pequeño. Pero se agradece, porque con la pinta que me gasto solo alcanzaría para artista indie o acordionista guapachoso. O ambos.

En estos días, ya adulto y toda la vaina, lo único que puede lograr mi interés por eso son los videojuegos. Pero ni así logro sacar un puntaje decente para Barracuda. Es solo que, a veces, me dan ganas de aprender a tocar la guitarra para desquitarme.


Pd: Otra de las cosas que dio la vida en compensación a mis conciertos fue saber que podía confundir fácilmente a Emmanuel con Emmanuelle, la protagonista de una saga de películas con su mismo nombre. Todas ellas muy bellas. Tenía un gran corazón, Emmanuelle, y lo vivía demostrando. Por lo menos no vivía de despechos como el cantante ese.

miércoles, junio 22

Día 25 – Una que me haga reír.

No tanto una canción, sino un video.


Siempre me acuerdo: En un bar, un sitio de esos cerca a mi casa, una vez estuve con un amigo hablando mal de muchas cosas, personas, eventos y situaciones. A lo mejor de usted, pero no se fije. Nos bajabamos unas cervezas grandes y baratas escuchando música y agotando temas. No había gente. Las sillas eran cómodas pero el ambiente no se sentía. En la barra atendía una muchacha de gafas algo bonita, ya no recuerdo bien. Peleaba con el novio, el administrador del lugar. Habían dos parejas, una que se agarraba la piel que iba escapándose de la ropa y otra que no tenía nada de química. Ella enviaba mensajes por celular mientras él tomaba de una botella no-recuerdo-qué e iba al baño, volvía y ella tenía ganas de irse pero no decía nada. Las dos parejas que no pertenecían al lugar, una por desespero y la otra por pura arrechera, pero seguían ahí, como mi amigo y yo. Llega una tercera pareja. A nosotros nos da envidia, no por la belleza de las acompañantes, que no era el caso, sino por que por lo menos tenían la oportunidad de tener algo distinto a rajar de los demás y hablar mal de las mujeres. Tantas cosas que hablábamos y envidiábamos la compañía. Pero somos buenos amigos, así que no dijimos nada.

La última pareja era particular. Ella estaba vestida con chaqueta y pantalón de cuero, un chaleco de jean y una blusa de color negro; delgada, poco maquillada y con unas botas de tacón más bien bajo. Poco bonita, de piel blanca y ojos oscuros, mucho. Bastante más joven que el tipo, un muchacho, que era un cliché ambulante: flaco, estirado, con el cabello largo y desordenado, la mirada perdida, narizón y la manzana de adan que se notaba hasta en esa oscuridad. Ella se lo quería comer, obvio, pero antes estaba el trámite ese de conquistarla. Le daría esa oportunidad. Lo miraba casi como una madre a su hijo, lo que acentuaba mucho más la diferencia de edades. Él trataba de hilar dos frases seguidas pero no lo lograba, ella sonreía para no hacerlo sentir mal. Estaba trabado, era obvio, y a ella le daba risa ese estado. Pidieron dos cervezas, nosotros también, y nos quedamos callados. Simplemente observamos la farsa, como ella con movimientos y palabras trataba de generar en él algún sentimiento que no fuera esa petardez que lo invadía. Suena un celular, el de ella, habla en voz alta diciendo que está ocupada y que no la jodan más. Se van aclarando las cosas, todo, las intenciones un poco pero el muchacho sigue perdido, nublado. Se para al baño, a tientas llega allá y se demora. Ella prende un cigarrillo, afuera, mientras habla nuevamente por el teléfono. Manotea, zapatea, deja el cigarrillo a medio acabar en la calle junto con la conversación y vuelve a su lugar, luego se sienta esperando calmarse. Sale él, un poco mejor. Puede llegar por sus propios medios a la silla dónde estaba y le sonríe. Se contagian mutuamente.  Trata de establecer contacto con él. Le toma una mano mientras suenan los primeros acordes de la canción. El tipo levanta la mirada al televisor. La reconoce. "yo sé cuál es" dice y ella siente algo de felicidad. "es una tonada toda triste" completa, y nosotros nos cagamos de la risa, perdemos la compostura y nos tapamos la cara con lo que vemos por ahí. Ella le retira la mano, pide la cuenta y se va, furiosa. Él no acaba de entender, trata de seguirla pero al final no pudo encontrarla.


Bonus track

Día 24 – La del funeral

Hace unos meses escribí esto:
Es difícil eso cuando uno sueña que se muere, y lo peor de todo es que uno se muere y ve a todo el mundo como contando los minutos para que el moribundo (es decir: uno) cierre los ojos, o estire la pata, todos con cara de aburrido en reunión o algo así. Como con una película muy larga o un trancón de esos de esta semana.
¿uno por qué se soñara que se muere? ¿es acaso una tendencia suicida o simple aburrimiento de la vida? Tal vez es una manifestación de la puta monotonía o, mejor aún, que las cosas cambian pero para peor, como si esa sensación de bienestar se alejara más y más con ese tedioso paso del tiempo. Y es entonces ver fantasmas en todo lado como si de verdad tiempos mejores fueran de otra vida, o una ficción que uno leyó por ahí, o esa serie, o esa película. Todos lugares comunes con otros protagonistas. Cómo nos cambia la vida.
La imagen esa es devastadora. Uno acostado viendo para el techo y ahí caras conocidas de personas que uno quiere mucho. Uno cerrando los ojos a pesar de querer conservarlos abiertos, la gente mirándolo a uno sin entender cual es la lucha, lo que uno hace desde dentro del cascarón para continuar con vida y en eso se da cuenta que la gente solo mira, sin cara de extrañeza, como si uno morirse fuera lo más natural del mundo, que lo es, sino como un trámite o simplemente una cosa necesaria. Ahí están los hermanos, la familia, los quereres y el amor mirando hacia abajo, hacia uno, sin hacer ningún gesto. Esperando. Imagínese a alguien esperando un bus, pero no a hora pico, sino en cualquier momento. Esa cara. Todos con esa cara, y uno con ganas de llorar, de levantarse y explicar que es difícil uno morirse con tanta gente viendo y, sobre todo, sin importarle nada. Es muy feo eso de estarse muriendo y que al único que eso le parezca triste sea a uno mismo.

Es gracioso. La canción para el post era


Lo que contradice lo que está allá arriba. No quiero que nadie llore, que nadie diga nada, pero si quiero que sientan algo.

Cosa tremenda la indiferencia.

No me lloren pero por lo menos finjan tristeza, carajo.

viernes, junio 17

Día 23 – Una canción para el día de mi matrimonio.

El día que murió mi abuela el viejo, mi pobre abuelo, casi no sobrevive. Salvo unas cuantas noches en las que estuvieron separados por la vasta geografía de este país o por su mismo genio durmieron, siempre, en la misma cama. Él tuvo varios hijos por fuera de su matrimonio. Bastantes. Ella por su parte no tuvo sino los que conozco como tíos más una mujer, la mayor de todas, que falleció siendo una bebé todavía. Tenía apenas cinco años. Fue la primera mujer que tuvieron. Siguieron tres varones y, por último, mi madre. Ese día el viejo casi no puede dormir. Creo que quiso acostarse en otro cuarto y nos arreglamos todos como pudimos. Yo no pude entender por qué él tenía hijos que yo no conocía como tíos, y ahora no puedo entender como mi abuela no los mandaba a la mierda, a los bastardos junto con su esposo simplemente al acordarse de que existían. 

Aunque recuerdo bien los eventos de la muerte de mi abuelo lo más que puedo decir es que su velorio fue algo discreto y su funeral un golpe para nosotros, su familia cercana. A lo lejos se veía a mis tíos haciendo el ademán de limpiarse los ojos debido a la tristeza de su padre fallecido, mientras más para el lado de acá mis hermanos, mi madre y yo sentíamos como se destrozaban en pedazos nuestros corazones al ver que bajaba el féretro a la tierra, que se perdía para siempre esa persona con la que vivimos toda la vida, siendo sinceros. A mi abuelo lo sepultaron, catorce años después, junto con mi abuela. Ella después de muerta lo siguió esperando, esa fue su voluntad y no algo que yo me haya inventado. Me gusta imaginármelos peleando en el cielo, o en el más allá, luego de cocinar ella la comida para él, y luego éste tocarle mil canciones en su tiple. De mi abuelo tengo un recuerdo muy vago, ya no sé como era su voz. De mi abuela todavía tengo en mis manos la sensación de calor que tenía cuando me enseñaba a escribir; me acuerdo de su sonrisa temblorosa y sus gafas gigantes.

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Andrea tiene veinticuatro años. Lleva casada cinco meses. Habla de su esposo con una sonrisa franca, tratando de ocultar eso inmenso que siente porque piensa que es algo increíble todo lo que les sucede. No habían cumplido tres meses con su novio cuando decidieron casarse, sorprendiendo a ambas familias pero, por lo que cuenta de su día a día, las cosas van muy bien. La relación entre todos se forjó con una rapidez sin igual y está esperando terminar su carrera para poder tener un hijo. Todavía no entiende si su esposo es el amor de su vida, pero le hace promesas como si lo fuera.

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A mi padre no lo trato desde hace muchos años. Podría decir fácilmente que veinte, pero son más. Mi madre no ha tenido contacto con él salvo dos encuentros casuales en los que ha aprendido a esfumarse sin dejar rastro, sin que él se diera cuenta. Cuando estábamos en el colegio ella nos decía, nos recalcaba, que nuestro padre había muerto en Armero. Siempre que lo hacía nos daba risa, pero fue un hecho que se volvió cierto no tanto por la repetición como la prolongada ausencia.
Somos cuatro hijos, pero solamente tres  recordamos algo de él. Tenemos una clave de ese pasado familiar que nos negamos a revivir. Mi hermano menor no lo recuerda para nada. Puede reconocerlo e identificarlo, pero nada más, lo cual a la larga es mucho mejor.

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De mi abuelo recuerdo que siempre llegaba en su carro antiguo con un tío y salíamos a todos a saludarlos mientras nos daban gaseosa y un roscón, o cualquier cosa que trajeran. Al irse mi padre el viejo asumió el rol de hombre de la casa, lo que en esa época, y aun ahora, significaba emborracharse cada día y llegar tarde, oliendo a alcohol, y otras veces totalmente embriagado a pelear con mi abuela y el que tuviera al frente. Muchos hablan de la única vez que mi abuelo estrelló en su camión: le pasó porque iba sobrio. Otros dicen que cuando le diagnosticaron principios de cirrosis dejó de beber hasta el día de su muerte. No tuvo que prometérselo a nadie, ni se jactó de mantener su palabra en ese juego de honor que puede resultar tal cosa, no, lo hizo porque entendió que había llegado demasiado lejos con ello y todos los cuentos que en el pueblo le atribuyeron estando tomado desaparecieron al ver que dejó el trago simplemente porque le dio la puta gana. Así como en el oeste existieron un sinfín de historias acerca de forajidos feroces, en la tierra de mi familia se extendía la leyenda de mi abuelo. 

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Mi madre lava, todavía, unas prendas a mano. Cuando lo hace se quita su argolla y la guarda en un lugar que siempre recuerda. Lava, restriega, juaga, y cuando termina se la vuelve a poner. Puede dejarla en otra casa, en un bolsillo secreto del carro, en un cajón de los tantos que tiene su armario: siempre sabe dónde está. Puede perder su celular, no saber dónde deja el reloj y botar dinero, generalmente, pero nunca pierde de vista ese anillo. Es más: no tiene que verlo, ni olerlo, para saber en qué lugar se encuentra. Alguna vez le pregunté por qué seguía usándolo, solamente me respondió con una mirada fulminante que escondía una sonrisa. Mi madre nunca buscó otro hombre, pero ellos la buscaron por un tiempo hasta qué sacó espantado a un tipo que le prometía hacerse cargo de todos sus hijos y asegurarles un futuro. A ella no le causó gracia pensar que otra persona fuera a influenciarnos tan directamente de la manera en que ella no quería. No fueron pocas las veces que peleó con su esposo por nuestra educación y su comportamiento con nosotros, y si eso era él que la había pedido en matrimonio qué podía esperar alguien que prometía palabras vacías, así que no volvieron a hablar nunca y ella desistió de algunas reuniones sociales que organizaba su mejor amiga. Recuerdo estar en una de ellas. Fue la única vez que la vi bailar.


-***-


Escondidos en lo alto del closet se encuentran, por lo menos, unos quince álbumes con fotografías. Hay unas que siempre han sido antiguas y otras que fueron ganando esa característica con los años. En muchas de ellas hay gente que no conozco, que nunca reconozco a menos que me digan cómo se llama y, más importante, quiénes son. Desde pequeño pregunté con toda la terquedad del caso pero nada que me aprendía los nombres. Veo a mi abuelo, que fue igual desde pequeño hasta el día que nos dejó; a mi abuela que demostró siempre una belleza sin igual. También una muchacha de cabello hasta la cintura, seria, con un niño de la mano caminando por el centro de la ciudad. Mi mamá. Su mirada no ha cambiado mucho. Se parece a mi abuela, lo cual no le hace nada de gracia.

Generalmente esas fotos vienen todas en blanco y negro, no por un golpe de ingenio sino porque para entonces era lo único que había. El matrimonio de mis abuelos parecía en un pueblito cualquiera con casas de ladrillos, vestidos oscuros, con hombres que sonreían con mesura y sus mujeres relucientes, unas completas damas. La elegancia general contrastando con el piso que era tierra pura, el progreso era algo que no se imaginaban iba a llegar. Disfrutaban el momento, el estar ahí. Mi abuela murió cuando era solamente un cagón y de mi abuelo se contaron tantas cosas, la mayoría dichas por él y ratificadas por muchas personas más, anécdotas pequeñas para siempre en su boca que fueron convirtiéndose épicas con los hechos que relataban los demás, era tan grande su sombra, su vida y obra que resultaba casi improbable preguntarle por algo tan simple como su matrimonio. 

Hay menos fotos de la boda de mis padres. En todos los álbumes está detallada la vida de toda la familia menos de ese evento tan importante para mi madre. Presumo una sencillez en todo ese acto y el dolor que le debió significar no poder recordar las cosas y las historias que narraban cada una de las fotografías que nadie sabe dónde se encuentran. Cuando pequeño me gustaba preguntar por toda la gente, por todas las cosas que veía, era un mundo extraño y para cada pregunta llegaba la respuesta oportuna, eran relatos asombrosos y conmovedores que aprendía de todos ellos, de mis abuelos, de mi madre. Con el paso del tiempo fueron narrando más despacio, describiendo los hechos con lo justo pero siempre más ricos en matices porque cada rostro representa ahora una vida y sabe uno con certeza quién era Alberto, por ejemplo, o una Inés que se morirá siendo muy bonita, una señora que aparecía allá detrás de todos nosotros. Los lugares salen de una esquina remota de mis recuerdos y ya no es increíble haber estado ahí sino que algunos olores o sabores se asocian con cada cosa. Llega uno a la edad en que recordar no es sentir nostalgia sino revivir todos esos momentos.

Me pregunto si Andrea se ensucia los dedos de alguna manera al ver las fotos toda esa ceremonia, la majestuosidad de la recepción. Creo que ella todavía conserva en su boca el sabor dulce de la luna de miel, y sí algo aprendí es que eso permanece toda la vida. Yo, la última vez que escarbé terminé con mis manos negras. Pero valió la pena, no solamente encontré lo que estaba buscando, pero mucho más.

De esos libros, que son tal cosa, sé lo que más conozco de los matrimonios, de ese sacramento. Me enfurece ver en la televisión y en la vida misma como se ha desprestigiado al punto de ser algo netamente publicitario. De esos libros, mis favoritos, aprendí que el matrimonio es algo que dura para siempre y que es difícil de romper, de quebrar, de deshacer por más que uno se empeñe. Hasta el último segundo mi abuelo fue viudo, hasta este día mi madre sigue casada, esquivando siempre cualquier otra oportunidad no por lógica sino por una cuestión de principios. De esos libros, los más tristes que me han leído, aprendí que la vida es un mar de mierda con momentos inigualables y que las sonrisas quedan siempre no plasmadas en una hoja ni en un archivo digital, sino en el alma de las personas. De esos libros geniales como ninguno aprendí que el matrimonio puede ser pesado, una carga, doloroso y más real de lo que hablan los cuentos de hadas.
De todos esos libros, de la vida de mis seres realmente amados aprendí que ese acto que es entregarse y prometerle amor eterno a una persona debe realizarse de una manera perfecta para no olvidarla, para que quede ahí y de fuerzas para seguir adelante, para que pueda uno pasar la página e ir llenando uno su propio libro, su propia libreta, su propia agenda o su propio blog.
Yo siempre renegué del matrimonio, pero es porque lo respeto mucho. Yo, con lo torpe que soy, con lo impuntual que he sido desde siempre me resultaría completamente imposible prometerle a alguien una boda perfecta e inolvidable, pero seguramente llegara ese día en que esa persona me haga hacer lo imposible para que sea el día más feliz de nuestras vidas.




Día 22 – Una que escuche cuando esté triste.

Uno generalmente escucha música para cambiar el ánimo, cuando es necesario, o para hacer que siga, que no termine. Alargarlo. O uno es muy básico o la música muy poderosa.

Cuando estoy triste pongo muchas canciones que logran ese objetivo, así que prefiero poner una sola y dejar que usted la escuche mientras se viene el otro post.
Yo sé, por ésta oportunidad lo defraudo más que de costumbre pero espero redimirme con la otra canción que sigue.

Ya faltan pocos días, ya casi vamos a descansar.



Pd: Podemos decir que la historia que acompaña la canción es mi timeline en los días turbios, que los hay.

martes, junio 14

Día 21 – Una que escuche cuando esté feliz.

La felicidad bien puede ser comer una hamburguesa y salir con las ganas de manejar toda una tarde y entonces esperar a encontrar un carro que tenga la actitud que uno quiera, luego de ahí, desde García, ir hasta Las Barrancas en ese Savanna pasando por el puente Gant, la ruta más larga, a toda velocidad sin importar que el auto se esté cayendo a pedazos de tanto chocarlo, sin importar que salga humo de su motor, que atrás venga la policía disparando y alertando que debe detenerse, que caiga la tarde y que el firmamento en el cielo parezca real, o uno quisiera eso, y que el tráfico no sea tan pesado como uno espera. 

Luego llegar a Bayside, darse cuenta que el Savanna no puede un kilómetro más y estrellarlo contra la primera casa que encuentre, tomar prestado un Stallion y atravesar Tierra Robada por la carretera un rato y otro por el desierto, sin prisa, sin ninguna preocupación aparte del clima que no cambia mucho, que no hay que cumplir un horario pues uno mismo llega al lugar que quiere pues se goza de una libertad, la única que puede uno tener sin otro riesgo a que lo persiga la ley, pero eso mismo tampoco es para tener miedo. Esa pequeña libertad que viene enfrascada en la ficción que le venden a uno y que se puede disfrutar con los pulgares y otros dedos, esas cosas que lo llevan a otro lugar a otro tiempo a otra realidad que es mucho más pequeña que la propia; una que puede hacer que uno sea un personaje cualquiera en una historia ajena, no acostumbrado a las cosas cotidianas sino sacándolo de ellas y tal vez ahí está su valor.






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Bonus tracks




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Se pueden ahorrar el: Claro, uno no es tonto. Que entonces cuente algo que uno hizo en un juego, perder el tiempo de esa manera, usted y yo: uno que pretende vender una experiencia viendo un televisor y apretando unos botones, como si fuera un animal, porquesqué usted no tiene vida señor y recurre a esas cosas y viene a tramar con esa postura fácil y entonces no se lo acepto, que no, porque si usted recurre a ello es porque su vida es aburrida y entonces no sabe bien que es la felicidad porque tiene que simularla, que está loco efectivamente porque no puede sacar cosas de la cotidianidad y contarlas acá, que no valora las cosas que le pasan ni es agradecido ni nada de eso, como no, tipo amargado y estúpido.

Es que es sencillo: la banda sonora sale exactamente de ese momento en ese juego de un sábado hace muchisímos sábados y desde ahí pues la tararea uno, la carga en el celular y la escucha porque, pues, ese es el humor que tiene esa canción para mí. Podría poner música de Jon Brion o Brian Eno o lo-que-fuera y explicar que a diario el celular suena con la parte que más me gusta de Empire Ants para pensar súbitamente que la llamada trae buenas noticias, lo que suele suceder, o que me gusta cuando habla uno con alguien y esa persona (ponga la que quiera: madre, hermano, amigo, moza, perro, gato) no pueda hablar de la risa es suficiente, o que el sobrino le diga que hace parte de la selección de su escuela de fútbol o ver al chiquitín escribir su nombre completo por primera vez sin soltar el lápiz ni dudarlo, o sentir que Enzo, ese amigo fiel desde el día uno viene saludando con la cola desde antes de abrir la puerta, o que este otro se graduó, o que esta otra tuvo una buena nota, o que mire esa oportunidad que se le presenta a alguien, o mire que se va de viaje para las estranjas, o que esta otra sale con alguien y se le siente F E L I Z, o que al de allá le celebraron, o que le hagan un cumplido a uno por cualquier vaina, o hacerlo y sacar sonrisas: es que en general uno vive contento, que no es felicidad propiamente, pero cuando uno está así pues que carajos, que hijueputas

Día 20 – Una que escuche cuando esté bravo.

Yo no sé, pero me parece que hay distintas clases de emputadas. Las hay que llegan acompañadas luego de un vacío, una tristeza; otras que simplemente se vuelven una calma que es fácil de asimilar; que lo hacen reír a uno de manera malsana, deformando la cara, en un gesto de pura locura y ya, listo. Creo que hay tantas emputadas como formas de emputarse. Ahí facilitan las cosas la familia, el trabajo, el dinero, el clima, la comida, la imposibilidad de atender o desantender una invitación, la visita que no se va, la visita que no llega, el que está que sigue presente pero que uno quiere que se vaya para extrañarlo, el que jode cada cinco minutos, el que se emputa solo porque quiere, el que lo hace con una facilidad espantosa y el que nunca se emputa pero que cuando lo hace es mejor esconderse, entre otros. Ahora está de moda hacerlo a distancia. La virtualidad trae nuevas maneras de hacerlo y como no nos detenemos a mirar algunas cosas, porque uno a veces simplemente no puede vivir en paz, por eso leer, o buscar cosas que lo vivan afectando de esa manera es un comportamiento ya hasta de lo más normal, entonces ahí están las dos partes que se necesitan para eso, el hambre y las ganas de comer, mejor dicho. Y eso es un mal de todos, que no le haya pasado no lo hace mejor, solamente que está cada vez más cerca de hacerlo, de caer en esa tentación.

Antes escuchaba menos música, ahora más. Más de la misma. Antes no podría saber cuál canción poner para acompañar la sensación, pero otras sí.

Por ejemplo.






No creo tener ahorita una historia asociada con la canción, solo las que escucho para seguir alimentando el sentimiento ese. Uno es así.

viernes, junio 10

Día 19 – Una de mi álbum favorito

Hace ya casi como dos años (sentí un terrible escalofrío escribiendo eso, pasa el tiempo rapidísimo) tenía una costumbre sana con unos cuantos amigos. Un día cualquiera en cada mes nos reuníamos a almorzar por ahí, aprovechando que todo nos quedaba más cerca. Generalmente yo organizaba a la gente, la llamaba, la ponía de acuerdo. Pocas veces nos quedaban mal, y sabíamos que a otras personas no les quedaba fácil llegar, así que no las obligabamos pero por ahí llegaban. Casi siempre yo me encontraba con una ella (recuerde, de puras ellas hablo acá) antes que con todo el mundo, y me hacía el favor de subirme el ánimo solamente estando allí mientras yo huía de mis jefes a medio día y me reunía para comer y pasarla bien, que era lo realmente importante. 

Con esa ella hablabamos mucho, nos volvimos costumbre escucharnos por teléfono y compartirnos cosas, más que nada alegrías, que abundaban en la época y ya. Se podía sentir una armonía en todo eso. Dejamos de hablar, y entonces viendo y recordando todo lo que ha pasado se da cuenta uno que el tiempo sí que deja sus huellas por ahí, y es difícil igualarle el paso. Sí, que uno cierra los ojos y ya no sabe que pasa, algo así. Eran otros tiempos, eramos otras personas y, sobretodo, era otra la ciudad.

Una de esas veces me reuní con ella temprano, como habíamos acordado y la acompañé al banco. Quedaba a una cuadra de mi oficina. Nos saludamos con el hola mi chino y el sumercé linda que salía automáticamente con su abrazo incorporado. Nos veíamos pocas veces, así que el abrazo se daba corto pero fuerte, para refrendarlo hasta una próxima ocasión. Así era siempre. Bueno. Fuimos hasta allá, sin hacer fila ni nada y cagados de la risa por algo de la cajera que nos iba a atender, alguna barbaridad habría dicho. Al volver la calma ella sonrió mostrando los dientes blancos, quedaba siempre tan bien que parecía que mostrara una foto de ella misma contenta, me pasó un audífono y empecé a escuchar la música que traía. No voy a decir nombres, ni grupos, pero sonaron tres canciones que yo le pasé durante todo el tiempo que hablamos, de lo cual van a ser años ya, y ponía una cara como de orgullo mostrándome que apreciaba las recomendaciones que le hacía. Todas esas las escuchaba casi que por culpa mía.

Fue bonito.

No hubo luego promesas de ningún tipo, pero la ausencia se prolongó tanto que a ratos duele el no saber cómo está esa otra persona con la que almorzaba a veces, con la que hablaba por teléfono. A los pocos meses salí de ese lugar, del trabajo, me quedé sin empleo, y no recuerdo con claridad rostros de esos compañeros, tampoco creo que se me ocurran sus nombres si voy de visita porque esas cosas son hábitos pendejos  y treguas que uno hace con la vida para que sea más llevadera, la compinchería de turno con una persona de la cual no conoce mucho pero que alguna vez se atrevió a decirle amigo en aras de pasar bien todos esos días que se volvieron toda una vida.

En cambio yo podría recordar que canción sonaba ese día porque obvio me gustaba antes a mi.
Y me gusta.
Y la escucho.
Y no recuerdo bancos ni ojos claros ni sonrisas, recuerdo que me gustaba y la compartía.



Pd: El álbum es Demon Days. Puede bajarlo, porque no lo va a comprar, o puede escuchar la presentación en vivo que hicieron y se encuentra en youtube. Dura poco más de una hora. No es compromiso, pero ahí queda.

Día 18 – Una que quisiera que sonara en la radio.

Una no.
Unas.










May the mood be with you

Día 17 – Una que escuche a menudo en la radio.

¿Usted escucha radio?

Yo a veces para los partidos de fútbol. Yo qué hago, me gusta. Soy creyente, mas no fanático.
Otras por las noticias, los programas radiales por la mañana. Es un vicio que nació el mismo once de septiembre de dos mil uno. Ponía a ratos radioactiva hasta que en ese día el esposo de mi jefe gritó que habían bombardeado Nueva York, cambié de emisora y desde ahí, salvo un periodo corto, me volví oyente de W Radio. Esa vez hasta en radioactiva narraban los hechos del fin del mundo, todos aterrados por algo que sucedió en el país más importante, en la gran América.

Y mire que eso fue hace tiempo ya. Por esos días la gente se ocupaba mucho en hablar con la persona de al lado, porque el celular no estaba tan propagado como ahora, y solamente unos pocos usábamos audífonos la mayoría del tiempo. Esa cercanía, la solidaridad con el compañero de turno tomaba una forma rara de interacción, de conversación con desconocidos. Ahorita se puede, pero como muestran las películas: nace una conversación por apartes de una canción o algo muy genérico que uno trata de darle valor: que la serie esta de televisión, un filme de este otro tipo que me resultó interesantísimo. Es decir, uno pide un mínimo de cultura que conocida para poder darle al otro ese privilegio que es escucharlo a uno. Un tío que tengo se pega hasta de una mosca para conocer gente en cualquier ocasión. Eso ya no se ve. Ahora uno sale a la calle y todos somos tratando de comunicarnos con gente que está lejos, obviando al de enseguida. La comunicación existe pero se exagera en todos los sentidos porque ahora sí se lleva uno literalmente a un montón de gente encima sin reparar en los demás, esa obsesión por saberlo todo por un numero de contactos, que no son todavía gente siquiera, sin importar nada más. Estamos acostumbrados todos a que lo inalcanzable está lejos, o seguro pensamos de esa manera, que lo que vale la pena se encuentra a distancia y no a la mano. Recuerdo una de las primeras veces que usé el transmilenio, era tal vez el único con audífonos y me iba sonriendo y pensando que era invisible, comparándolo con estos días es lo mismo, pero ya los que tienen esos cables colgados de las orejas no son visibles sino que no ven, los de a pie son quienes se dan cuenta del mundo mientras los otros consideran que el universo, o lo único que les importa es algo que cabe en la palma de la mano. Y así vamos todos. Los que escuchan radio son los que van en el bus, los demás son tan sofisticados que no les importa pasar hasta mil veces la misma canción en solitario, sin importar su género. 

Es por eso que yo hace rato que no escucho una canción en la radio. Solía hacerlo, pero entonces uno ahora programa lo que quiere escuchar en el celular o en una página o en el ipad o el ipod o cualquier cosa, dependiendo de su capacidad (economica, intelectual, escoja usted) y es ahí, justamente ahí que se da cuenta que hay canciones que uno recuerda que por algún accidente escuchó en una emisora cuando esas cosas se usaban.
Así, mire:




jueves, junio 9

Día 16 – Una que me llegó a gustar pero que ahora no soporto

Tengo un recuerdo lejano de todo todavía. Es curioso que muchas cosas me hayan sucedido en la misma área, en chapinero, pero en esa época era todo más cercano, no había que llegar a ningún lugar sino simplemente estar. Una salida a tomar malteada se alargó por cosas que no recuerdo, cosas pequeñas que en su momento pudieron parecer importantes (como el hecho de tomar malteada) y una noche con insinuaciones que se hicieron más evidentes, cosas que estaban ahí desde hace rato pero que hasta entonces se manifestaron. Se pasó de los papeles en clase y de las sonrisas en los pasillos a las miradas directas y el incitar los labios con pajillas o tomando una cerveza, y otra, y otra cerveza, que para el dueño del local fueron pocas pero que para mi fueron más que tres. Esa noche se dio comienzo a un todo que si bien duró lo suficiente para dejarme una cicatriz larga que nadie puede ver (o que muy pocos se han detenido a mirar) lo que más puedo recordar fue esa canción que se fue repitiendo en esos círculos que comenzaban aquí, o allá, y que recordaba siempre ese inicio que no fue más que el roce de dos prendas debidamente mojadas y probadas y antojadas.

Siempre era un argumento que usabamos los dos. Uno inexpugnable, esa palabra que tanto le gustaba. Con solo recordarla era suficiente. Al comienzo lo utilizaba solamente ella y me desarmaba, porque comenzaba a ver hasta los detalles mas imperceptibles del lugar y de la gente, de la mirada de la pareja de al lado al vernos bailar sentados y cantar desafinados y algo embriagados por algo que no era el alcohol. Luego, oportunamente, fue mi as bajo la manga pero ya iba perdiendo el efecto, ya todo era más grande que una simple canción y como todo, en esos ires y venires que tiene la vida con su inusual sentido del humor un día antes, en un bus bien tarde, bien de noche, sonó esta misma canción que se me fue perdiendo de vista hasta que estuve haciendo el listado que se ha venido escribiendo durante estos días, casi un mes, y usted ha ido leyendo esperando que pase algo importante, y no.

Esa noche sonó, nos miramos, y supimos que ya no había más remedio. No significaba nada, como fue el separarnos por última vez sin reconocerlo y con palabras fuertes de por medio que hasta hoy no han querido sanar.


Hace mucho, mucho tiempo que no la escuchaba.

Y ahora que lo pienso la verdadera protagonista de toda la historia si fue esa canción.

martes, junio 7

Día 15 - Una que me describa

Luego del colegio, un par de años después, no volví a usar reloj. Siempre, por alguna razón que no quise saber, se quedaban quietos. Cambiaba la pila, mandaba revisar los mecanismos y siempre la misma respuesta: estaban bien, no necesitaban ajustes. Llegué a tener un cajón completo con relojes y partes sueltas de radios que no servían, como si fueran un trofeo, un recordatorio de alguna guerra. Una vez buscando cosas ahí  me di cuenta de que la gran mayoría funcionaba, marcaban una hora que no era la actual pero servían, solamente habían sufrido una catalepsia en mis manos o algo similar. Me los ponía, los sacaba en mis muñecas y se paraban. Si no era eso entonces se rompían las manillas, se caían las manecillas, o los distintos accesorios que llevaban encima. Como si yo fuera algo nocivo para ellos. No miento, es la pura verdad.

Muchos de esos relojes fueron encontrando un dueño con el paso de los días, todos alguien distinto. Muchos fueron heredando de mi esa pequeña colección que tenía. Para colmo mi hermano menor vive recalcándome cuanto lleva con el suyo, años ya, casi una década. Y es horrible: los míos se rinden a los pocos días, se cansan a la semana o renuncian al mes, mientras que él puede decir libremente y sin exagerar que lleva con el suyo toda la vida. Lo que le daría sentido a muchas cosas, tanto para él como para mi.

Mi hermano mayor, desde que recuerdo, ha vivido obsesionado con ellos. Una vez me dijo, cuando yo era muy pequeño, que si uno no cargaba uno era porque estaba más cerca de morir, yo ataba cabos, contaba las habitaciones y en todos había, por lo menos, un reloj. Tres en el segundo piso, cuatro en el primero. Mi madre, mis hermanos, mis abuelos, mis tíos, todos con uno. Envenenándome con esas palabras me regaló uno digital que a los pocos días se me perdió; me sentí mal porque pensé que iba a dejar de ver a mi familia por un puto reloj, que por su culpa iba a morir, mi madre iba a llorar desconsolada porque su hijo no había vivido lo suficiente por no hacer caso. Cuando yo era niño cruzar la calle mirando hacia ambos lados era un acto de sentido común, las ordenes eran esas cosas inverosímiles que escuchaba de mis mayores y eso se ha mantenido así: Mi vida tiene el poco sentido que yo mismo puedo darle.


Con todo y el pobre todavía conserva esa idiota idea de que adelantar la hora en todo lugar hace que aproveche el tiempo. No por mucho madrugar amanece más temprano: siempre ajustaba las alarmas a las seis de la mañana para que sonaran a las cinco y media, se bañaba a las siete y salía a la oficina a eso de las ocho en un ritual tan inútil como prendedizo, porque eso a mí me pasa, la única manera de salir realmente temprano es cuando se me hace tarde.


Hace mucho tiempo que no uso un reloj, que me doy maña para saber qué hora del día es o si voy tarde a alguna parte. Mejor: qué tan tarde voy a donde necesito llegar. Si no es con la emisora que escucho (algo que también dejé de lado) es con los relojes grandes, enormes, de las personas que están a mi lado. Alrededor. Me asombra el tamaño y complejidad de algunos, como si por ello fueran más precisos y uno necesitara de eso en su día a día para saber por cuántos segundos se llegó temprano y eso realmente marcara alguna diferencia. También su valor. No entiendo cómo puede costar tanto algo tan elemental. Dije el domingo, luego de estar en una tienda, que me parecía ilógico pagar mas de doscientos mil pesos por un reloj, pero lo cierto es que yo no gastaría ni un solo centavo en uno, no por apatía sino porque igual no sabría aprovecharlo, interpretarlo. A la larga no le creería. Sería una disputa entre quién puede más, si él que marca la hora o yo que trato de convencerlo para que avance más lento, es entonces que se queda quieto, inmóvil. Una demostración apenas de mis causas perdidas.

Con o sin relojes, levantándome tarde o temprano, da el mismo resultado: llego fuera de tiempo. A la hora que no es, en el momento que no debo. Muchas de las personas que quiero han tenido que soportar esa tardanza mía que no se puede justificar nunca y a veces me duele (no, a veces no: siempre) saber que nunca llego a tiempo. Nunca. Ni cuando era pequeño y confiaba en que me llevaran a algún lugar, ni viviendo cerca de dónde debo llegar. Cumplir un horario no es algo que no haga por pereza, sino porque todo se junta y es tan difícil de explicar que lo único que hago es simplemente encogerme de hombros y no decir nada más. No es la ciudad, o el tráfico, sino una herencia torpe que no puedo evitar.




PD: Juliana me recordó ésta frase del gran Héctor Lavoe: "yo no soy quien llega tarde, es que ustedes llegan muy temprano"

viernes, junio 3

Día 14 – Una que nadie esperaría que me gustara

-Mis amigos no me perdonan que haya cambiado de gustos, que haya dejado mi pose rockera por la electrónica, por la fiesta.
-Por eso no me gustan los metaleros, tienen una escala moral muy definida y se creen en la parte superior.
-¿No te gusta el metal? ¿el jarcor?
-No.
-¿De verdad?
-En serio que no. A los que les gusta eso lo tratan de convencer a uno que el único tipo de música decente es ese. No aceptan que haya vallenato, salsa...
-Eso es lo que no soporto, que se metan con el vallenato...
-Ni con la salsa clásica.
-No, tampoco.

El otro día un man de twitter (el buen José. Sí: José) me respondió que Metallica cuando pregunté por un grupo que odiara. Y no es así. Generalmente todos caemos en esos lugares comunes, en que si nos gusta determinada clase de música no nos gusta la otra, y no es para tanto. Ahí arriba en ese aparte de conversación que sucedió con muchas otras cosas más (que no le voy a contar) lo hicimos ambos. Es un problema de todos. Generalizamos también cuando nos escandalizamos por el regaeton (o como se escriba) por su letra y todo eso. Muchas veces los que le prestan más atención a ese tipo de cosas son sus detractores, y a mi todo eso me da mucha jartera. La gente siempre dice que escucha toda la música posible, pero si uno nombra tal cosa entonces no, qué boleta, como se le ocurre y otro tipo de prevenciones culas.

En fin.

Buscando la canción para éste post escuché bastantes, entre ellas Dormir Soñando de El Gran Silencio, pero ganó esta por eso mismo que escribí arriba: me puse contento cuando la empecé a escuchar, y en la oficina ya la había mencionado una y otra vez y todos suponían que, por su género, era algo totalmente corroncho y cursi y todo eso que a veces los costeños consideran que los cachacos creen que es un vallenato (y la mayoría de rolos si son así, si creen todo eso). Es más, cuando conseguí el emepetrés y alguien me notó el entusiasmo al decir el nombre me interrumpió: que le parecía ordinario ese tipo de música. Le pasé un audífono y quedó callado, porque sabía que se trataba de un clásico, y ante eso no hay nada que hacer.

Aquí podría poner la versión que Metallica hizo de Whiskey In The Jar pero es que esa no me encanta como esta otra, que resulta ser un vallenato, ese género al que muchas veces no le hallo sentido.


ágil vuela busca la ocasión 
ágil vuela busca la ocasión 
de salir de esa cárcel protectora

Hay cosas que uno a veces lo único que puede hacer es admirar, venga de donde venga.

jueves, junio 2

Día 13 – Un placer culposo.

Debo hacer claridad: no soy mi hermano menor. A diferencía de él me da pena por algunas cosas que me gustan, o que veo, y que uno sepa que son malas, horribles. Es decir, acepto cierto grado de crítica en mis gustos. No voy ahí por la calle declarando mi amor a Marco Antonio Solis, ni tengo una obsesión malsana con Roger Moore ni me sé de memoria la letra de todas las canciones de los Bukis, ¡mucho menos le voy a tener apodos cariñosos a sus integrantes!, y aun con todo eso no tendría esa dignidad ciega con la que vive él.

Pero bueno, acá es donde uno hace de tripas corazón y pone un video como este



Y confiesa que durante una fiesta, tal vez la única en la que pude bailar en mi adolescencia, en mi casa, me puse a bailar tal cual lo hacen a los dos minutos ahí, con mi hermano mayor.

Nada más que agregar.

Es que uno no puede estar orgulloso de muchas cosas, en serio que no.

miércoles, junio 1

Día 12 – Una canción de un grupo que odie.

Odio. Que palabra tan fuerte. Duré varios días pensando en un grupo que realmente odiara (lo que no me excusa por no publicar a tiempo: perdóneme), que me desesperara al escucharlo, que me sacara la piedra y me hiciera tener pensamientos de tipo Columbine por un corto periodo, pero no, no pude asegurar que algo tuviera en mi tal efecto. 

Puedo odiar gente, comida, olores, sabores, hasta marcas de ropa. Mi capacidad para odiar está intacta, solo que no doy a que puedo odiar musicalmente hablando. Pensé en Mickey Taveras, Gilberto Santa Rosa, Metallica, Tranzas, Son By Four, sin Bandera y un sin número de grupos que no me gustan, pero ahí está el detalle: no los odio. Me da igual. Simplemente no me entran, no es lo que yo escucho generalmente pero no por eso ya puedo sentir algo por ellos, en contra de ellos. Estuve pensando en Regaetón (o como se escriba) pero tampoco conozco lo suficiente para dar un veredicto tan fulminante.

¿Qué hacer?

Me fui por algo sencillo.

Cuando entré a ésta oficina, hace diez meses, no hablaba con casi nadie y le hacía (le hago) el quite a cualquier cosa que tuviera que ver con socializar. Generalmente cuando hay alguien nuevo en un lugar hay alguien que se conmueve y trata de incluir a la gente, quiera o no, con la gran manada. En este caso lo hizo Carolina. Ella no tiene nada interesante. O no se lo veo. Fisicamente no es desagradable, no está tan mal (yo aquí rajando de ella siendo lo poco atractivo que soy, y pienso que eso me da más derecho para hacerlo), pero no me gusta. Parece que usara peluca, sus ojos pintados sobre el rostro, casi como una muñeca, tiene unas piernas delgadas y nada de culo. Es muy irresponsable juzgar a alguien por su culo, lo sé, pero igual todos lo hacemos, así como con las tetas, y como yo ya lo hice anteriormente puedo decir sin pena alguna que Carolina no tiene nada de culo con todo lo que eso acarrea. 

De las veces que hemos hablado no hemos llegado a ningún punto en común. Le gusta dormir, no ve noticias, no lee nada y no le interesa la actualidad nacional. Vive en un mundo el cual se mantiene gracias a la magia de unos señores que ella es capaz de señalar pero no decir como se llaman. Durante algunos días me regalaba chocolates y galletas, cosas para que yo la viera con otros ojos pero nunca sucedió. No soy así de fácil.
Tiene veintiseis años, es abogada y no tendría un amor de una sola noche porque no está acostumbrada a eso. Habla de sus ex novios como si eso fuera lo único realmente importante en su vida y que es una mujer muy comprometida con los hombres que la quieran. Esa vez sentí como si me estuvieran vendiendo un producto, un seguro anti infidelidad en un empaque que dejaría mucho que desear. Le respondí que yo era descomplicado, que yo me acostaría sin pensarlo con alguien que me gustara para no alargar las cosas y no me gustaban las relaciones, ni los compromisos que no dejan nada. Ella se asustó, y yo también, porque pensé que iba a decir que era hora de intentar algo así y que yo estaba dándole esas ideas como para que me hiciera caso. Afortunadamente su moral salió a flote y me dijo que era imposible que ella intentara algo así y desde ese día me ha dejado relativamente en paz. Pero no totalmente. No puedo decir que la odio, pero de seguro me fastidia demasiado. No me la aguanto.

Estaba pensando en el grupo para la canción de este post (que debió ser de hace varios días) y llegué a la conclusión de que ella, siendo tantas cosas que no me gustan, podría ayudarme. Así que me levanté, fui hasta su puesto y le pregunté qué cual era su canción favorita. Me respondió algo y efectivamente, como yo lo pensé, lo que ella dijera era algo que inmediatamente yo odiaría, sin siquiera pensarlo.
Sorprendentemente me dijo algo que tenía mucho sentido, por lo menos para mi